Magia y espuma…. El sol asesta su última puñalada en el altar de la arenas... Siempre un labio oscuro y exótico, bajo la despejada luz de oro, por la cual pasa un camello... Túnez sin duda, con sus mares celestes en cuyo fondo hay una leyenda de piedra... Nunca serán más blancas las ciudades que en Túnez, y nadie será más feliz que aquel que ingrese en sus callejas poéticas, ensombradas y transparentes.
A menos, claro, que salgas herido en un ataque terrorista, como el del atentado del Museo del Bardo, ocurrido este año, que dejó una veintena de muertos, la mayoría de ellos extranjeros (dos colombianos). Luego que los extremistas fallaran el objetivo primario, que era el Parlamento, la agarraron en el acto contra un bus de turistas, y estos corrieron a refugiarse en el mencionado museo. Uno puede imaginar el horror visceral que entonces sintieron, antes que fueran varios de ellos bajados a tiros, y antes que llegaran los policías de negro, demasiado tarde. Los videos de las cámaras de seguridad nos muestran a unos terroristas recorriendo los pasillos del lugar, en plan Columbine.
Túnez se moja de real yihadismo. Del otro lado del Mediterráneo están muy asustados. Para Europa, Kenia es una situación lamentable, pero Túnez, por su proximidad, una prioridad de nivel rojo.
La foto, cortesía de Narcy Vásquez, no nos muestra nada de eso: lo que nos muestra es una serena mezquita, la Gran Mezquita de Monastir, a 165 kilómetros de la capital. ¿Qué haremos para reconciliar el escenario sangriento del atentado tunesino con la dignidad estimable de esta imagen? Es la pregunta de mil millones de euros.
Hay más preguntas: ¿cómo se va a gestionar el siempre enrojecido saldo poscolonial?; ¿cómo intencionar el orden democrático más allá de esa episódica llamarada de tusa llamada Primavera Árabe?
La razón por la cual la Primavera Árabe no funcionó de veras es porque quiso erigirse como bypass cultural en un momento en donde la evolución del área reclamaba una calma dinámica, pero no explosiva. En lo que respecta al yihadismo, no hay demasiadas opciones: la cuestión está en crear un ambiente moral que sepa utilizar el mismo acero ultralegalista del Islam duro pero ya en contra de sus propios rigores ulcerados. Esto es: utilizar, continua y pacientemente, el veneno como medicina. Media vez exista la arquitectura cultural apropiada, y se encuentren los agentes correctos, el cambio es posible. Lo que pasa es que un trabajo lento y milimétrico, y deberá ocurrir naturalmente desde dentro de la propia administración religiosa islámica, aún si requiera cierto nivel de acompañamiento exógeno.
Uno recuerda los versos de Rumi, el sufí despierto: “Como niños en caballitos de madera, los soldados proclaman/ Estar montando a Boraq, el caballo nocturno de Mahoma, o a Duldul, su mula.” Niños son, en efecto. El problema es que estos niños llevan explosivos, armas no reglamentarias y rifles kalashnikov. Es cierto eso que dijera Paul Bowles en Memorias de un nómada: que hay determinadas zonas de la superficie terrestre que contienen más magia que otras. Pero –hélas– incluso la magia y la espuma pueden ser, ellas también, asesinadas.
(Fotosíntesis publicada el 1 de mayo de 2015 en Contrapoder.)
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