Foto:
Ligia
María Saquiché
Ligia María Saquiché
–23
años, licenciada en Investigación Criminal y Forense, activista comunitaria, también
fotógrafa– me envió esta imagen que es una imagen de usted cuando esté muerto.
Lo que quiero decir es que cuando usted muera –y eso
puede ser hoy en la tardecita– será fácticamente igual a todos los sucumbidos
que le han antecedido.
Que no han sido pocos. La muerte resuena más que la
vida, en este lugar. Hay más muertos que vivos, es decir. Estamos caminando
sobre un Gólgota de cien billones de fenecidos. Y eso solo hablando de los
puros fenecidos humanos.
¿Dónde están ellos, por otra parte? Tal vez viven
cerquita de nosotros. Tal vez trabajan y viven en otra parte de Londres, como
en la novela de Will Self. Tal vez viven como los vivos, salvo que
muertos. Tal vez van a terapia.
No sé si los fallecidos se parecen a los vivos, pero
en todo caso los vivos sí que se parecen a los fallecidos. No hace falta ni
morirse para parecerse a un palmado.
De la misma manera que los muertos son entidades
tagueadas con un número –en este caso 999– los vivos en toda honestidad también
somos meras cifras, y desde luego también nos han tagueado con un número de dpi
o de tarjeta de crédito. Seguimos siendo parte de una masa abstracta y
extenuada de nombres y formas, de una esfera estadística, de una conceptualidad
vacía y semoviente.
Por regla general, cada difunto pasa a formar parte
de una vasta zona de anonimato (salvo excepciones de rigor) pero en realidad,
entre los siete millardos de vivos, nosotros somos tan anónimos e innominados
como el más interfecto. Nos conocen en nuestro barrio, y poco más.
Luego hay todos esos seres humanos que parecen
zombis, que prácticamente carecen de pautas de vitalidad, que de seres orgánicos
no tienen mucho. Constituyen más bien un paisaje de inercia, un depósito
decadente de ataraxia, una mezcla inmóvil de espectralidad y pudrición, un solo
bloqueo lastrado por la desidia, la circularidad insustancial y el rígido rigor
mortis. Zombis neuróticos somos, sin empuje, sin dirección, sin respuesta, sin
nada que evoque el tránsito de la sangre y de la vivo, estructurados por el
tedio.
En tal sentido somos iguales que los extintos, pero
en otro sentido, los extintos no se parecen en nada a nosotros, porque de hecho
llevan una existencia más excitante y favorable que la nuestra. Estoy seguro
que el inanimado de la foto (envuelto pacíficamente en un limpio cromatismo
gris, y cubierto por la sempiterna sábana blanca) tiene mejores alegrías,
estímulos y orgasmos que la mayoría de la población mundial.
Y estoy seguro que pasa por menos pálidas. Para
empezar a los muertos no los chingan así tanto. Por decir: a los choferes de
buses muertos ya no se molestan en matarlos. Es toda una ventaja no tener que
vivir –en tanto que vivo– en uno de los países más violentos del mundo. Los
muertos no se mueren de ébola, por demás, porque ya se murieron de ébola, o de
otra cosa. Se infiere que su estilo de vida es superior.
(Fotosíntesis publicada el 31 de octubre
de 2014 en Contrapoder.)
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