Foto:
Kevin Ramírez
Aquí una escena que nos resulta
familiar: el otrora llamado Palacio Nacional, hoy llamado (por alguna razón no demasiado
resplandeciente) Nacional de la Cultura. Está ubicado en el centro del centro
del centro de la ciudad, justo enfrente de la llamada Plaza de la Constitución,
a la cual bien podrían cambiarle de nombre, a como van las cosas.
Antes que nada, quiero decir que el
Palacio está inscrito irremisiblemente en nuestro ADN nacional. Ha sido y es un
símbolo constante: antes, un símbolo del
poder más autocrático y hoy, más bien, un símbolo de despoder.
Sabedor que no hay dictadura sin
asiento, Ubico mandó a erigir ese edificio como sucesorio del fallido Palacio
de Cartón. Así nació el guacamolón. Refleja la clase de dominio macizo que él
mismo mantuviera, en sucesión de salones. Es un edificio bonito e impetuoso, pero
tampoco tanto, baste compararlo con las monumentales y rabelesianas estructuras
del pasado europeo. El nuestro es un cuadrado de una cuadra, y de estilo ya anacrónico
para su época (fue inaugurado en 1943, hace unos setenta años). Apreciamos eso
sí y cómo no los murales de Alfredo Gálvez Suárez, también los vitrales. El
Palacio Nacional vio gruesos sucesos: arengas y complots, corrillos oscuros,
algún golpe de estado, protestas, asesinatos, cosas que lo aflojan a uno por
dentro... Si esas densas paredes pudieran hablar.
Hoy, el Palacio Nacional ya no es el
emblema autocrático que era en otros días. Representa antes bien lo desdentado
de nuestra esfuerzo cultural subdesarrollado, y se utiliza mayormente para
cositas protocolarias, recepciones inocuas, aún si en toda justicia se han
hecho allí algunas exhibiciones sugestivas. He oído, no me consta, que a muchos
no les han dejado entrar, a eventos y cosas, por cuestiones de dress code, lo cual nos parece una
genérica mamada. En efecto, la función del Palacio es hoy una muy apariencial, oficinesca
y decorativa. Lo decorativo se nota sobre todo en el hecho que allí radica el
monumento a la Firma de la Paz. Y también allí se encuentra el punto que marca
el kilómetro cero del país, lo cual es como una metáfora de nuestro nivel
basal, de nuestra nulidad nacional total.
En fin, ya me puse desagradable, cuando
la idea era nomás hablar un poquito del Palacio Nacional, y celebrar la foto
que nos ha enviado generosamente y vía Facebook Kevin Ramírez. El blanco y
negro le da cierta ominosidad gótica, tipo Casa Usher, rápidamente desmentida
por la carreta jovial de hot dogs. Si tan solo no fuera vegetariano, me iría a
comer uno ya mismo. Adiós.
(Fotosíntesis publicada el 20 de junio de 2014 en Contrapoder.)
Para mí sigue siendo el Palacio Nacional. Jamás he visto una cursilería como La Casa Rosada de la Cultura, The White House de la Cultura ni otras patrañas que se le podrían ocurrir a estas mentes fértiles que tenemos en Guatemala. Y no sé por qué mi comentario va a estar firmado como Ana María Rodas Pérez (Google) Otra gran babosada. Soy Ana María Rodas y no le pertenezco a nadie ni a nada. Siempre me ha gustado lo que escribís, eso es lo bueno.
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