Esta foto tan didáctica que están
ustedes viendo me la ha enviado Wilmar Mejía (instagram.com/wilmarmail), quien se detuvo en un viaje de Austin
a Dallas en una tienda de conveniencia, famosa por su jerky de bisonte. Como se
ve, aparte del jerky de bisonte, también lo tienen de caimán y de pitón.
Para aquellos que no está acostumbrados
a comer carnes tan exóticas semejante oferta alimenticia les parecerá una cosa
estrafalaria y que da ñáñara.
A algunos, talvez un poco más sensibles,
les resultará fuera de lugar que alguien mate estos animales: en su criterio
más bien deberían de estar libres en la naturaleza, o cuando menos en un
zoológico, para que los ichoquitos puedan verlos con asombro y cautela, detrás
del vidrio o la malla, el límite ecuatorial que separa a las bestias de los
civilizados, y desde donde se puede tomar un buen pic para subir al instagram.
Para algunos, que estos animales estén
allí empacados y a la venta rompe las categorías de lo comestiblemente
correcto, de lo correctamente comestible.
Ya no digamos algo así como el festival
del perro de Yulin, en China, en donde miles de miles de canes son cruelmente
sacrificados: de veras quisieran que esa farra sanguinaria fuera abolida de la
faz de la tierra.
También se les ve derramar lágrimas
sentimentales ante el escenario llagado del río La Pasión: esos peces
tristemente finalizados en las riberas de la indiferencia estatal, empresarial
y humana. Con lo cual proceden a hacer un post de indignación en las redes
sociales… eso, claro, mientras se comen un rico cevichito.
Que puedan ellos llorar por los peces de
La Pasión pero no por aquellos peces que ingieren me parece un fantástico
enigma. Tiene que ver, por un lado, con que hay muchos que ya han asimilado,
hasta cierto punto y a su manera, el discurso ecológico, pero apenas el
discurso de la sintiencia: es decir, el que dicta que los animales, entre otros
seres, sufren.
Luego tiene que ver con que todavía hay
un doble estándar respecto a los criterios de maltrato animal (cuando hay
criterios, claro). Así por ejemplo es para muchos inaceptable que los peces
mueran como lo hicieron en La Pasión, pero en cambio es aceptable que mueran
para satisfacer su paladar. Es inaceptable que alguien torture un gato en algún
callejón de la ciudad, pero no objetan la forma en que mueren los pollos en uno
de esos campos de concentración de la industria cárnica. Inaceptable que
alguien mate un bello tigre en un safari, pero que desuellen con agresividad y
cobardía a una res en cambio es algo notablemente irrelevante.
Esta falta de ecuanimidad, esta forma de
clasificar, legislar y jerarquizar lo que es aceptable en términos de asesinato
animal, revela raquitismo moral y degenera en una casuística perversa. Esos
seres que están muriendo para que nosotros los humanos vivamos merecen, mínimamente,
alguna clase de reverencia consciente.
(Fotosíntesis publicada el 10 de julio
de 2015 en Contrapoder.)
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