Las cosas también migran. Es el caso de
este oso de peluche, llamado Manu, fotografiado por nuestro amigo argentino
Diego Lizewski.
Manu fue manufacturado hace una veintena
de años, en una fábrica de Xonocatlán, México, por manos acaso tiernas, acaso
amorosas... Y, a resultas de ello, el oso salió magnífico: el relleno, el
cosido, el contorno, la mirada triste de los ojos.
A partir de allí fue exportado a Perú,
en donde pasó a ser la propiedad del hijo de un político famoso, famoso
por formar parte de un estrafalario y carroñero escándalo político de
concesiones mineras. Fue el hijo de este señor quien le puso al oso Manu.
Eventualmente, Manu es negociado en
Mercado Libre, donde lo adquieren online unos narcos españoles que han
establecido en el Perú una jugosa operación de mulas. La cocaína es
cuidadosamente introducida dentro de Manu. Y el propio Manu llevado por una
guapa barcelonesa, por cantidad de cinco mil euros, al viejo continente. Tuvo
suerte la barcelonesa: consiguió introducir la droga a Madrid sin que la agarrasen,
de otro modo se estaría pudriendo en una cárcel limeña.
Una vez extraída la droga de su cuerpo,
Manu es abandonado en un basurero en la calle. Un ecoactivista de color noble
lo recoge y lo repara (“reusa reduce recicla repara”) y se lo da a su hija,
previo a viajar, ambos, al último Summit del G8 (perdón, del G7) en Alemania.
El padre levanta una pancarta, y ella, la hija, levanta a Manu.
El problema es que la nena deja olvidado
a Manu en el tren, cuando vuelven, desde Bavaria, a España. Pero entonces
ocurre el milagro: un gay noruego que estaba viajando en el mismísimo vagón lo
distingue, reconociéndolo como un hermoso teddy bear. Se lo lleva a su
departamento de Oslo, y desde allí se lo envía a su apadrinado. Y es que
nuestro noruego forma parte de uno esos programas de apadrinamiento de niños
del tercer mundo, porque es un tipo consciente, aunque a ratos se pierde en
fiestas irresponsables de tipo party and
play.
Su apadrinado, que es un niño pobre de
la Argentina, recibe con gratitud y lágrimas el oso de peluche. Tan lindo
momento no impide que se lo roben igual otros niños, por lo visto menos
sentimentales. Una larga secuencia de traslaciones y cambios de manos, que no
vamos a describir aquí, por falta de espacio, hace que Manu termine en el
Mercado de Pulgas de Buenos Aires. Tiene aspecto medio rasta, el osito, pero
está en sorprendente buen estado. En el Mercado de Pulgas es comprado por un psicoanalista
pedófilo para fines que aún no quedan claros.
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