Elefantes


Foto:
Jorge Uesera Guerra

El imprescindible y aventurero Jorge Uesera Guerra me envía foto de un elefantito con miembro viril muy respetable. A Guerra ya lo publicamos en este espacio (“Ueserada” titulé la columna). Antes nos dio una mariposa, ahora nos da un elefante.
        
Me escribe:

“Saludos y libertades, Maurice. 
        
Nos cruzamos con este elefante en el Tarangire, Tenzania; a donde fui a subir los volcanes Meru y Kilimanjaro para luego darme al safari fotográfico en Ngorongoro y Tarangire.  El elefante, un adolescente, se presentó a la escena siguiendo a una matriarca y a otra adolescente con el pene excitado.  Nada de extraordinario, a los machos se nos para el pene cuando una hembra nos gusta. La imagen era para captarla como un buen recuerdo de Tarangire y, sin embargo, el contenido del momento fue una lección de comportamiento sexual; esa parte de la educación que en Guatemala es hasta prohibida.    
        
La matriarca, que según intuí educaba a los dos adolescentes, se dio vuelta y se colocó, sólida, entre el macho y la hembra.  El macho protestó colocando su frente en la frente de la matriarca que respondió con una violenta embestida de colmillos, trompa y frente a lo que el machito respondió de la misma manera.  Una batalla de fuerzas se entabló, el pene de macho se retractó, la hembrita observó la confrontación y, yo, sentí el olor y oí los sonidos de una lección de comportamiento sexual a lo elefante.
        
PS. De interesarte, te mando fotos de la confrontación.”
        
Así que le pedí que me enviara el dicho material. Son fotos de safari fotográfico, entonces, en un entorno de sabana (chirivisco semiesquelético bajo el sol impenitente, arboledas africanas ascendiendo al cielo blanco del sol). Y en estas fotos se intuye suficiente cercanía por parte del fotógrafo respecto a los animales.
        
En la imagen que seleccioné no pareciera del todo que los elefantes estuvieran en confrontación, incluso podrían estar amándose, acariciándose. Pero eso está bien, porque el defecto y el afecto se parecen, de hecho, mucho.
        
Sobre todo me interesó la foto porque me da la ocasión para hablar del elefante, ese mamífero noble, ese noble esperpento de moco y estría. El elefante es un tema literario como ninguno, que lo diga Saramago.
           
Nunca nos cansará la monumentalidad lenta y cansada de los elefantes, su piel gruesa y unánime, las arrugas ancestrales, acumulando sabiduría celular, las orejas fraternas, la trompa multiusos, con la cual se bañan, porque lo propio de estas criaturas contundentes es el agua, les encanta el agua.
           
Aparte todos sabemos que son capaces de gran sabiduría y amistad. El elefante es un colega y un maestro. Tienen rituales sociales complejísimos, algunos superiores a los del hombre.
           
Cuando murió el conservacionista Lawrence Anthony –también llamado el susurrador de elefantes– dos manadas de estos animales, por él salvados y rehabilitados, caminaron millas y millas, caminaron durante unas doce horas acaso, para ir a despedirse de él, llegaron hasta su misma casa, y permanecieron allí un par días, en vigilia sagrada. ¿Cómo supieron dónde buscarlo? ¿Y cómo sabían que había muerto, para empezar?
           
Solo sé que estas son las historias que me sacan las lágrimas.


(Columna publicada el 16 de enero de 2014.)

2 comentarios:

  1. La primera elefante que ví fue la Mocosita, del zoológico "La Aurora", luego iba a los circos a contemplarlos, ahí, encadenados balanceándose como en un ritual de duelo: con la libertad muerta. Asistí alguna vez al desfile de los elefantes del circo helvérico Knie, por las calles de Ginebra; un espectáculo triste que los niños aplauden para que se les pase el miedo tas extaños artistas. El Laos me acerqué a ellos en un campamento elefantino a donde llegan los paquidermos huerfanos a recibir cuidados veterinarios: los turistas contribuimos con el pago de la vista a su alimentación y curaciones. Ofrecen paseos sobre el lomo de los elefante y nos inscribimos con la esposa. El kornak nos indicó la manera de comportarnos sobre el elefante, de no asustarnos al momento de hundirnos en el río, de ir descalzos para no lastimarlos. Pasamos el río y nos internamos en una vereda selvática a al que el elefante le arrancaba ramas, contento de alimentarse. De repente el kornak comenzó a darme instrucciones claras sobre la anatomía del cuello del elefante, me pidió la cámara y descendió del monumental paquidermo. Desde abajo continuó dando instrucciones hasta dejarme al mando del elefante quien, comprendiendo que no era el kornak que lo dirigía, comenzó a comportase de manera diferente: no avanzaba, se detenía más tiempo para comer; parecía sentirse libre. Tal vez era el juego cotidiando y cómplice entre él y el kornak quien desapareció entre la maleza y, cuando volvió al camino me comentó que había tomado excelentes fotos para mí. Luego fue en Tanzania donde volvía a encontrarlos: majestuosos los machos solitarios, imponentes las procesiones de las matrircas con los críos de todas las edades ora mostrándoles como rascarse con los troncos caídos, ora indicándoles como saciar la sed abrieno agujeron en la arena donde pasa el río durante la estación lluviosa, ora dándo lecciones de comportamiento sexual. Agradecimientos a Maurice Echeverría por compartir una imagen y un texto sobre la experienci Elefante. Jorge Uesera Guerra

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  2. L'indispensable et aventureux Jorge Uesera Guerra m'envoie la photo d'un éléphanteau au membre viril très respectable. Nous avions déjà publié Guerra dans cet espace. (J'avais intitulé la colonne « Ueserada »). Il nous avait alors donné un papillon, il nous donne maintenant un éléphant.
    Ïl m'écrit :
    « Salutations irrévérencieuses, Maurice.
    Nous avons croisé cet éléphant dans le Tarangire, en Tanzanie ; là j'ai gravi les volcans Meru et Kilimanjaro pour ensuite donner dans le safari-photo à Ngorongoro et à Tarangire. L'éléphant, un adolescent, est entré en scène en suivant une matriarche et une autre adolescente avec le pénis excité. Rien d'extraordinaire, le pénis des mâles se lève quand une femelle nous plaît. L'image aurait fait un bon souvenir du Tarangire et, pourtant, la suite fut une leçon de comportement sexuel, cette part de l'éducation qui, au Guatemala, va jusqu'à être interdite.
    La matriarche, qui je l'imaginais éduquait les deux adolescents, s'est retournée et s'est placée, solide, entre le mâle et la femelle. Le mâle a protesté en plaçant son front sur le front de la matriarche qui répondit d'une violente charge de défenses, trompe et front, produisant une réponse similaire de la part du jeune mâle. Une épreuve de force s'est engagée, le pénis du mâle s'est rétracté, la jeune femelle a observé et, moi, j'ai senti l'odeur et j'ai entendu les sons (simplifier : j'ai perçu) d'un cours d'éducation sexuelle éléphantesque.
    P.-S. Si ça t'intéresse, je t'envoie des photos de la confrontation. »
    Je lui ai ainsi demandé ledit matériel. Ce sont, donc, des photos de safari-photo, dans un paysage de savane (ronces semi-squelettiques sous un soleil impitoyable, bosquets africains montant au ciel blanc de soleil). Et dans ces photos on sent une certaine proximité du photographe avec les animaux.
    Sur l'image que j'ai sélectionnée, on ne dirait pas que les éléphants sont en train de s'affronter, ils pourraient même être en train de s'aimer, de se câliner. Mais pas de problème avec ça, parce que la tare et l'attachement se ressemblent de facto beaucoup.
    La photo m'a surtout intéressé car elle me donne l'occasion de parler de l'éléphant, ce noble mammifère, ce noble monstre de moque et de vergeture. L'éléphant est un thème littéraire sans pareil, Saramago ne dirait pas le contraire.
    La monumentalité lente et fatiguée des éléphants ne nous fatiguera jamais, ni sa peau épaisse et unanime, les rides ancestrales, accumulant de la sagesse cellulaire, les oreilles fraternelles, la trompe multi usage, avec laquelle ils se baignent, car le propre de ces créatures contondantes est l'eau, elles adorent l'eau.
    Nous savons aussi tous qu'ils sont capables d'une sagesse et d'une amitié immenses. Ils ont des rituels sociaux très complexes, certains supérieurs à ceux de l'humain.
    Quand le conservateur Lawrence Anthony – aussi appelé « l'homme qui murmurait à l'oreille des éléphants » – est mort, deux troupeaux des ces bêtes, remises sur pied par lui, ont marché des kilomètres et des kilomètres, ont marché peut-être douze heures, pour aller lui dire au revoir, sont arrivés jusqu'à sa maison et sont restés là quelques jours, dans une veille sacrée. Comment ont-ils su où le chercher ? Et d'abord comment ont-ils su qu'il était mort ?
    Tout ce que je sais c'est que ce type d'histoires me fait verser des larmes.
    Traducción de Olivier Guerra

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