Foto:
María
Herrera
María Herrera me envió la imagen que
tienen aquí con ustedes –la tomó con su celular– y me la explicó así:
“Hice mi EPS (Ejercicio Profesional Supervisado) en el 2012 en el puesto de salud de Panabajal, San Juan Comalapa,
Chimaltenango. Cerca del puesto vivía –o vive– una señora con sus hijos, que
juegan en este columpio hecho de lazo y tela.”
La foto retrata un niño entonces, y un
paisaje típico nuestro. Sabemos que hay un resto de lugares así en Guatemala:
comidos por la sequedad, la polvante aridez. Sembradíos agrietados y laderas
raquíticas, cubiertas por toda la medida de lo infértil y lo frígido. Estamos viviendo
eras caniculares, y la lluvia aplasta con su larga ausencia, causando pérdidas millonarias,
amarillas, amarillonarias. El corredor seco pronto será el país entero, si continúa
esta impía desertización. Es el imperio del maíz muerto, de las tortillas
ausentes, de las vacas súperderrotadas.
Y luego los ichocos comiendo nada,
seguramente enfermitos y diarreicos, ichoquitos claviculares en los puros
huesos, malsubnutridos, submalviviendo, en caseríos masacrados, en viviendas
que apenas lo son, entre la pura bestiabasura, mientras otros de su edad residen
en casas beneficiadas cuyas despensas guardan 10 000 tetrapaks, rodeados de
angelitos con laúd que cantan a capella.
Los tecnochamanes y los asesores
estrella nada han podido para exterminar el hambre áfrica y crónica, el hambre
partidaria del hambre, con sus infinitas parcelas de vergüenza. Y es cierto que
no hay ningún abracadabra ni gesto mágico que nos levantará de encima estas
tristes estadísticas, ya sin exorcismo. Revertir la crisis alimentaria y el
mapa de la pobreza vírica es un problema complejo, multidisciplinario, que debe
abordar otros abismos como el de la educación y la desigualdad. Pero para
mientras, el hambruna sigue. ¿Cómo no se van a ir nuestros niños a buscar la
trama donde la haya? ¿Y por eso quieren hacerlos criminales?
Lo inaudito, lo áureo, lo resplandeciente
es ver cómo pervive, no obstante, la felicidad, aún entre semejantes rigores.
Comenta María Herrera que tomó la foto sentada en una piedra, con una sonrisa
por ver cómo en ese columpio y en ese niño podía haber tanta felicidad,
mientras la madre iba a traer las tortillas que le había encargado para
almorzar. Y en efecto, hay que ver cómo en medio de tantísima marginalidad hay
un núcleo de luz, una inocencia audaz, una magia, un oro de sonrisa. El patojito
es el gurú, nos está enseñando algo. Despertemos pues.
(Fotosíntesis publicada el 15 de agosto de 2014
en Contrapoder.)
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