Foto:
Rafael
López Mazariegos
La foto es de Rafael López Mazariegos.
Vivimos en la ciudad–cable. Cablerío
loco. Cablerío ad náuseam. Entre nosotros y el cielo translúcido hay una verja
área, una cárcel hecha de cables, que transportan rayos eléctricos e
informacionales.
Pareciera que esos cables están allí
para que no volemos. Lo que también es decir que estamos atrapados en la
telaraña del internet, en nuestros desvelados programas de cable, que estamos
cogidos al fondo de una vida incesantemente telefónica, en un trópico de corriente
galvánica.
Se dijo el año pasado que Guatemala era
la ciudad más fea del mundo. Lo cual es injusto, porque siempre existirá Bagdad,
con su eterna canícula de granito y destrucción. Pero lo que hay que entender es
que Guatemala es una ciudad suficientemente fea, muy fea a no dudarlo. Y parte
de su fealdad radica en sus cables, radica en tanto alambre pisado que va fatigando
incesantemente nuestra realidad.
¿A dónde van todos esos cables, uno se
pregunta? A un témpano o a un desierto, seguramente. Los cables van a morir
donde van a morir las carabelas y donde los pozos están secos. Quién sabe a
donde putas van todos esos cables. Solo sabemos que en su itinerario los cables
atraviesan pájaros y párpados también.
Sería bueno meter ese tinglado neurótico
debajo de las aceras, subterráneamente, como en La Antigua, pero no se ve que
eso haya comenzado a avanzar. ¿No sería bueno gravar de una buena asquerosa vez
a las empresas de telecomunicaciones, obligándoles a asumir ese costo y esa
responsabilidad? Me parece que es lo justo. Con lo que se hartan de billete.
Pero eso, lo sabemos, no va a ocurrir nunca.
No queda otra que adaptarse a esas
calles y bulevares de cables que aturden nuestras calles y bulevares, y encontrar
allí algo de poesía. La verdad es que hay algo de poesía en ello. En todo hay
poesía. Por ejemplo, miren ustedes la foto, en blanco y negro, y comprueben
como ofrece una sensación de parcela, paralelismo, simetría, reticulación. Es extremadamente
bello.
Claro, el tendido no siempre se presenta
así de ordenado. En muchos lugares de la ciudad, el tendido luce más bien caótico
y revuelto, reflejando de paso nuestro propio estado nacional. Es cierto que el
caos también tiene lo suyo de bello, si quieren, pero es una belleza para
torcidos, para poetas malditos, para aquellos que saben apreciar las flores del
mal de los cables de la ciudad de Guatemala. Verdad es que malditos hay muchos
en esta ciudad, pero no son exactamente poetas. Por tanto no se cuelgan de los
postes, como ya lo hiciera el suicidado Nerval.
Ya quisiéramos.
(Fotosíntesis publicada el 19 de septiembre de
2014 en Contrapoder.)
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