La memoria, la mía, es lacia, no me permite recordar en donde nos vimos con Rogelio una primera vez. Muy seguramente en la Landívar, porque ambos compartíamos clases de filosofía, y ya desde entonces se me figuró como un tipo serio, y cuando digo serio no quiero decir acerbo, mala onda, quiero decir un tipo no superficial. A Rogelio también me lo he encontrado en algún centro de meditación (¿no está muy interesado en el zen?). También es muy dado a la música, la foto, la danza. En breve, Rogelio se inclina por las regiones altas y sutiles del espíritu, y lo hace con la ayuda de un cerebro muy equilibrado: en efecto, tiene eso de analítico–cartesiano como de creativo–intuitivo, en su modo de ser.
Se le conoce
mucho porque es fotógrafo. Ha venido trabajando el resplandor fotográfico desde
hace ya rato, desde finales de los setenta, de hecho. Y si lo pensamos un poco,
en su apellido –Clará– hay algo ya de esa visualidad o claridad que caracteriza
su arte.
Así como ha
hecho fotografía artística también ha hecho fotografía comercial (trabajando en
publicidad y eso) y documental. Pero lo que nos interesa es sobre todo ese
conjunto suyo de fotos que ha dedicado a la danza, territorio visual en donde
se ha especializado, un portafolio completo dedicado a capturar la seda del
movimiento y capturar la esencia coreográfica.
Es tanto el
interés, la pasión de Rogelio Clará por la danza que él mismo dirige una
compañía de danza alternativa llamada Kriyá. Nos dice que ha venido haciendo
coreografía desde el 2009, y que en 2010 fundó esta compañía, que hoy tiene tres
bailarinas y maestra regidora. Y él mismo fungiendo como director, técnico,
diseñador de vestuario, gestando las obras (cinco a la fecha) las cuales, nos
explica, siempre parten de conceptos filosóficos específicos.
En sus fotos,
los desplazamientos de los bailarines se transforman en traslaciones lumínicas:
migraciones que son refulgencias: cuerpos cinéticos que son luz. Y en medio de
todo ese movimiento centelleante, la pausa tan inmortal, tan inequívoca del
bailarín/ina. La relación entre danza y fotografía es antigua, es noble.
La foto que
Rogelio nos ha enviado para esta edición de Fotosíntesis fue tomada durante una
presentación del Ballet de Praga en Guatemala, en mayo de 2013. Podría pensarse
que es una foto retocada o pasada por alguna clase de filtro o photoshop. Pero
de hecho Rogelio es un fotógrafo bastante old school en ese sentido, lo cual
también se aprecia. Y nos explica que los efectos de sus fotos surgen de un
juego entre los settings de la cámara, condiciones de luz y movimiento del
bailarín. Las fotos, añade, son presentadas tal y como las registró la cámara
en el momento de la toma.
Pues allí lo
tienen: hombre y mujer: pasión ocre, fondo negro. Ese abrazo que es acaso
angustia y es acaso rendición. La zapatilla arqueada. Las piernas en alguna
posición técnica cuyo nombre ignoro (con lo cual alguna de esas mentoras
pretéritas y pálidas del ballet que salen arquetípicamente en las películas me
está viendo con mirada reprobatoria y psicorrígida). La mano abierta,
declarada, de ella. El gesto consolador de él. Dos seres que se encuentran y
desencuentran –porque todo encuentro trae su desencuentro– sobre el tablado. Ah,
la danza.
(Fotosíntesis publicada el 20 de septiembre de 2013.)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario