Coito de labio


La foto es de Armando Álvarez López, que “hace lo que su mente le dice que fotografíe y produzca”, según queda establecido en su perfil de 500px.
           
Parece ser que en este caso su mente le mandó a captar esta atmósfera de humo rosa, en donde un hombre y una mujer se besan.
           
Pero no son un hombre y una mujer, sino una mujer y otra. En efecto, la foto fue tomada en la caminata lésbica del año pasado. Pasa que esa suerte de ectoplasma que las va rodeando no lo deja así de claro. Efecto que el fotógrafo captó adrede. Viene con un mensaje tácito: un beso es un beso y el amor es el amor, independientemente de la orientación sexual. Perdónenme los que viven recluidos en los graneros cachurecos, prietos y monoculturales. A esos uno les pone uno un níspero en la mano y se pudre en el acto.
           
La foto lleva por nombre “Toque Humano”. El toque humano aquí es un beso lesbitivo, un beso en donde ella y ella se hacen una, se acarnan y se untan públicamente, comparten su pan de boca, su coito de labio, su hondo intercambio labiostático. Más tarde se comerán un helado juntas, o se comerán la pusa.
           
A mí me dan ganas de citar a Pedro Salinas, el macropoeta amoroso, el que nos sale siempre tan acertado: “Cada beso perfecto aparta el tiempo,/ le echa hacia atrás, ensancha el mundo breve/ donde puede besarse todavía.”
           
Por cierto que fue un verso de Salinas el que puse al frente de mi libro Labios, una novelilla de aires eróticos que escribí hace unos varios años, y cuyos personajes son lesbianas –es posible que fuera yo el primero en poner la temática en primer plano en una ficción literaria local.
           
Pero volvamos a la foto y al abrazo. Por un lado está lo que ya dijimos: que la bruma vela el contexto lésbico, y por tanto confunde al ortodoxo desprevenido, que lo da por normal y legítimo, hasta que se entera que no es un hombre y una mujer quienes están ahí, sino dos hembras, y empieza el escándalo. ¿Se entiende el truco? También lo podemos interpretar de otra forma: la bruma sugiere lo que esta clase de amor tiene aún de oculto y prohibido.
           
Eso si sacamos de contexto la imagen. Porque el contexto, como ya dijimos, y después de todo, fue la marcha lésbica, y ahí es obvio que todo es desocultamiento. Estas mujeres en la realidad se besan, no desde lo prohibido y estrangulado, sino desde el orgullo público y púbico, desde la afirmación de lo que se transfunde sin pudores. Descubrimos lo que un beso es cuando es íntimo pero también político, cuando ha sido ganado en el devenir cultural, ese mar lento y tan injusto a veces.  

Esta es la clase de fotos que toma Armando Álvarez López. Fotografía de calle, dice él mismo: “viendo al humano como un ser en su hábitat”. También se reconoce en el concepto de “turista de vidas”. Se nota que esto de la fotografía es una copa de la cual bebe a gusto y con pasión.


(Fotosíntesis publicada el 28 de abril de 2017 en Contrapoder.)

Frascos brujos


Pero qué belleza, miren que imagen más bonita nos ha enviado Rodrigo Noguera. Me envió varias, de hecho, pero esta fue la que más capturó mi atención. Es de una farmacia naturista en Marruecos, en donde él estuvo, y uno puede sentir el poder arbóreo, esencial, tónico, detoxificante y regenerador emanando de todos esos frascos brujos.
        
Me llamó la atención, sí, el contraste que se da entre el orden clónico de los frascos y la exuberancia de sus contenidos, de un excelso cromatismo ocre, térrico y mediterráneo.
        
¿Qué manos, uno se pregunta, ordenan y agrupan estas delicias botánicas y farmacéuticas, guiadas por quién sabe cuál sabiduría delicada, presentida, herbal, profunda y curativa?
        
No fue la única foto que me envió Rodrigo Noguera. Me envió varias. En una vemos, por ejemplo, el busito en el cual viajó a través de Mongolia; en otra un atardecer en una isla en Tanzania (con niños jugando al fut); en otra más una estación de tren, en algún pueblo del Perú.
        
Así.
        
Noguera, por lo que ya hemos deducido, es un mochilero devoto. A lo mejor entendió eso que entendió claramente Paul Bowles: que hay zonas de la superficie terrestre que contienen más magia que otras. Por cierto, Bowles vivió en Marruecos 52 años.
        
Todas las fotos muy interesantes, las que mandó y otras que hay en su muro de Facebook, pero me quedé al final con esta, me quedé con este panteón exuberante, esta oferta lujosa, este repositorio amanecido y sereno de raíces, semillas, hierbas y hojas secas, de efectos, presumo, rejuvenecedores y alquímicos, prodigios etnobotánicos que un alópata verá con severa desconfianza. 
        
Semillales, raízales, yerbales, hojales.
        
Tantos frascos iguales y repetidos contienen toda suerte de remedios desiguales y únicos, que a lo mejor definirán la salud y fortuna de muchos marroquís, y de uno que otro extranjero, como Rodrigo Noguera.
        
Es él quien nos cuenta que esta foto la tomó en Marrakech y antes de las siete de la mañana. ¿Por qué tan temprano? Era la única forma de visitar los bazares sin tanta gente. Desde la soledad de los pasillos entró a la tienda de 10 X 10 metros y cubierta de pared a pared con pócimas medicinales. Ahí se topó con un señor mayor “con una sonrisa espectacular, creyente de sus productos y sobre todo con un entusiasmo que ya quisiéramos”.
        
Rodrigo compró una gotas y unos algodones de olores exóticos, cuyo propósito pragmático era: i) poder ver mejor con el corazón; ii) y obtener buena fortuna para su viaje de cinco meses (la idea era ir de Marruecos a Tombuctú).
        
Ay, si tan solo pudiera estar yo mismo en esa farmacia naturista marroquí ahora mismo. ¿No será una de esas hierbas lo que yo necesito para quitarme esta angustia, este miedo, este chirajo de pánico que vengo arrastrando?


(Fotosíntesis publicada el 7 de abril de 2017 en Contrapoder.)

El candado oscuro


Ya no podemos abrir esa puerta maldita que selló el destino de esas pobres niñas, en ese horroroso incendio de aquella jornada fatídica, pero podemos arrancar la máscara tremenda a aquellos todos, y varios fueron, que pusieron el candado oscuro.
        
«¡Jimmy ya te dimos mucho tiempo!», decía una pancarta vista en la Plaza, el pasado 11 de marzo, como quedó registrado en esta foto, enviada por el despierto Bladi Reynaldo Polanco.
        
Es lo que decía la pancarta, pero en toda honestidad yo a Jimmy nunca le di tiempo alguno y jamás confié en él. Desde un principio mostré mi rechazo a su postulación, y por supuesto que no voté por su persona. No le veía yo el mérito por ningún lado, el saber, la capacidad, y su intención siempre me pareció ya no solo dudosa e improvisada, sino directamente sospechosa.
        
Ni decir que Morales ha tenido, a lo largo de su gestión, una forma consistente de corroborar una a una mis intuiciones respecto a su persona, superando mis anti–expectativas.
        
Así por ejemplo en la entrevista que dio a Fernando del Rincón, para CNN, pasadita la quema infausta. Cuando todos llorábamos, Jota, en cambio, daba justificaciones en la televisión internacional, encubría, se devanaba en abstracciones cómplices, evitaba, en su cinematografía política, los primeros planos y los encuadres comprometedores.
        
Terminada la entrevista, me fui directo a la computadora, y escribí el siguiente post en mi página de fb:
        
“Señor Presidente: optó usted por el frío ante el fuego, pero este fuego tremendo demandaba fuego a su vez. Demandaba compromiso incendiario y un poco de maldita vergüenza. Que haya seleccionado nuevamente el tonito evasorio, condescendiente, impostado y charlatán; que haya penosamente escogido la justificación y el enunciado de visos sordos y subnormales; que haya soltado el párrafo ininterrumpido e ininterrumpible, como quien da cátedra a unos mocosos; que su ruta haya sido entonces la de proseguir un guión reptiliano, calculado y sin vida, cuando vida es lo que tanta falta hace en el país; que se haya inclinado por el control de daños y el guión fácil de asesor, investido de falsa calma, todo eso jamás se lo perdonaremos. Como no le perdonaremos que no se quiebre, dado que tal era y sigue siendo el holocausto mínimo y humano que nos tiene aún debido. Y sin embargo no esperábamos otra cosa de usted, Señor Presidente. No es sorpresa que todas las piedras sigan en su lugar, y que ninguna haya sido levantada. Pero una cosa es segura, Señor Presidente: las piedras las vamos a levantar nosotros.”  
        
Como que muchas personas sintieron lo mismo que yo, porque el post fue muy compartido. Mucha cal y ninguna lágrima por parte del señor Morales nos provocó asco a todos y a cada una. Como nos provocó asco la decoratividad, la ineficiencia, el nepotismo y aún más la connivencia con un régimen social explotador, que no es una cosa de huerfanitos dickensianos de caricatura, sino algo ya puramente criminal e inférnico.


(Fotosíntesis publicada el 24 de marzo de 2017 en Contrapoder.)

¡Liberen a los postes!


¡Salgan a la calle, saquen las pancartas, liberen a los postes!
           
Los postes están siendo torturados en la vía pública. La tortura consiste en que los amarran y los vejan con alambre de púas. ¿No lo creen? Observen esta foto que el periodista Gabriel Woltke nos ha enviado –en ángulo nadir– y que rinde cuenta de la atrocidad. Un cielo tan bello arriba, una realidad tan escalofriante abajo… ¿Cómo no voy a acompañar la imagen con mi propia indignación?
           
Es por las noches que estos canallas se dedican a cometer estos actos de lesa humanidad, y es por las noches que, aquel que tenga insomnio, o miedo, podrá oír los lamentos de estos postes maltratados extenderse por la ciudad.
           
Y luego, al día siguiente, encontraremos los postes verticales ya muertos, y sin luz. ¿No es horrible?
           
Si no les parece horrible, es que nunca han tenido una relación personal con un poste. Yo sí la he tenido, en cualquier caso, y es algo tremendamente bello.
           
El romance ocurría en el límite de uno de los parqueos de La Landívar, donde yo estudiaba, por la noche. Una bella posta empezó a enviarme señales trémulas de luz, siempre que salía de clases.
           
El efecto era sistemático: no bien ponía yo un pie en el parqueo, la luz de la posta empezaba a titilar. Pronto entendí que ese titilamiento, esa discontinuidad, ese temblor lumínico, era un poema, una declaración de amor. Y yo mismo empecé a recitarle poemas a la posta, para consternación de otros estudiantes, que incluso reportaron el hecho a las autoridades. Pero a pesar de estos contratiempos, fuimos muy felices, la posta y yo.
           
Eventualmente, la relación terminó, pero me quedó la plena convicción de que era posible intimar con postes, que no había por qué condenar los postes a una ciudadanía de segunda categoría.
           
Y sin embargo a los postes los tratan con una indiferencia macabra, o bien los maltratan, los mean, los vomitan. Y, ahora, encima, los torturan. ¿Vamos a seguir ocultando estos actos incalificables? Cuéntenme: ¿les gustaría acaso a ustedes que envolvieran a su madre en óxido y espigas?
           
Yo les pido que circulen y viralicen esta foto, que nos muestra los instintos carniceros del ser humano, y su repudio nazi a lo inanimado.
           
Y aunque usted no comparta mis consideraciones respecto a la materia, ¿desea usted como sea que sus hijos sigan presenciando estos siniestros escenarios, desde el bus escolar? Y aunque solo fuera por razones meramente estéticas, ¿no le parece que estos actos enturbian visceralmente el paisaje?
           
Por supuesto, para mí es mucho más que un asunto de belleza urbana. Para mí esto es un asunto muy muy preocupante. Y estoy seguro que hay otros como yo. Con lo cual yo propongo iniciar una colecta de firmas en Avaaz, que hagamos una campaña pública en Facebook, que salgamos a la Plaza Pública. ¡Jimmy Morales tendrá que intervenir!
           
¿Quién está conmigo? 


(Fotosíntesis publicada el 10 de marzo de 2017 en Contrapoder.)

El milagro


Eso de que hay cosas bellas y no cuestan nada es cierto. Cosas que no tienen nada que ver con rendir utilidades ni modelos económicos ni con rojas estrategias de marketing. Cosas que están fuera de la hibris violenta de los seres humanos. Cosas que están más allá de nuestras alharacas políticas y nuestras paranoias de poder.
           
Cosas como esta hoja. Cosas como el verdor de esta hoja. Cosas como el rocío que la puebla.
           
La foto me la mandó Cesy Rodriguez, una vez que puse a circular una convocatoria para que las personas enviaran imágenes a la presente sección (convocatoria abierta, por cierto: pueden toda vez pasarme sus fotografías a mi inbox de fb, cuya dirección es facebook.com/maurice.echeverria).  
           
Alcance con decir que la foto nos muestra el portento de una gota y de muchas. Esas esferas transparentes, esos domos delicados, bóvedas líquidas, lágrimas puras, ojos de agua circular, manufacturan un milagro, y es el milagro prístino de la vida.
           
La vida trabaja muchas horas–hombre y trabaja muchas horas–mujer para que funcione la vida. Pensemos por un segundo en el proceso de la fotosíntesis: una poderosa danza de luz que produce información y energía material extremadamente sofisticada y elástica. Para que la fotosíntesis pueda darse, toda clase de condiciones tuvieron que reunirse e integrarse.
           
Dije que la vida trabaja mucho para que funcione la vida. Pero aparte de funcional, la vida es todo un espectáculo, eufónico, estético. Una hoja, por ejemplo, es una estructura diferenciada y elegante con toda suerte de patrones delicados. Y no solo halaga nuestra sensibilidad, es sensible ella misma, abierta a su entorno, capaz de amar y sufrir, con una historia de savia y sustancia que contarnos.
           
Decía Henry Miller que con atención inclusive una hoja de hierba se transforma en un misterioso, increíble, magnífico, incomparable mundo. Y no obstante estamos tan ocupados persiguiendo lo que siempre andamos persiguiendo –y que ni siquiera conseguimos– que ya ni nos fijamos en la maceta del cuarto.
           
Esta inatención podría resolverse con un simple viaje de psilocibina. Entonces lo que termina ocurriendo es que nos quedamos dos horas seguidas analizando, vencidos de éxtasis, un tallo, un pétalo, un insecto, tan anaranjado. Lejos de matarlo, entendemos que  ese insecto es sagrado y que él también tiene una consciencia. Y lejos de ignorar la hoja, nos hermanamos con ella, e incluso la tomamos por maestra, pues reconocemos que es portadora de diseño, inteligencia y evolución.
           
En medio de un universo que unos creen lento, gastado y frío, hay un planeta grávido de indescifrables coloraciones y configuraciones y señas y cromatismos, y es el nuestro. Dicen que es codiciado por los mismos ángeles.


(Fotosíntesis publicada el 24 de febrero de 2017 en Contrapoder.)

Gaviotas


Son las gaviotas. Son las gaviotas, como húsares del aire. Son las gaviotas, inderrotadas en el mar inútil. Son las gaviotas, al final de la tierra. Son las opacas gaviotas bajo el fuego de mil soles.
           
El Uesera, nuestro colaborador más leal, ha enviado nueva foto, esta vez de las gaviotas. Se les ve volando juntas, caóticas y adventicias, en lo gris, con las alas extendidas. La libertad no es tanto del águila americana como lo es de la gaviota universal.
           
Por cierto que la gaviota protagonista de la foto carece de una pata. Y uno recuerda inmediatamente el poema aquel de Apollinaire en donde habla de los pájaros que solo tienen un ala, y por tanto vuelan en parejas. En este caso lo faltante no es el ala sino la otra extremidad, y por tanto la cosa sería más bien caminar a dúo. Porque las gaviotas vuelan y vuelan, pero también caminan, sobre los largos litorales mugrientos, en donde un muro invisible nos separa del océano. Y vuelan sobre pueblos costeros, que en las noches son pillados por vientos nocivos, crispados y deseantes.
           
Haríamos bien en sentarnos a escuchar a las gaviotas, con sus chillidos y pregones, pues nos contarían historias de viejos descubridores y piratas, historias de glorias y lacerias, historias que se han desleído con los siglos, pero que ellas las gaviotas conservan en su soledad de especie, como sagrada y marítima recordación. En el pico, las gaviotas llevan un gajo de la memoria de los piélagos.   
           
Las gaviotas dan esperanza pero también dan miedo. Son como los cuervos del mar, y a veces, en bandada hacen cosas horribles, hacen cosas siquiátricas, entre alaridos coronan y recaman a sus presas de sangre chisgueteada, en fragor gregario y anarcoide. Es el pánico de las gaviotas asesinas, que incluso se autoviolentan rijosamente entre ellas, en comunidad guerrera, desgarrada y carroñera. También hay que verlas comer vivas a las ballenas beatas. O atacar nada dulcemente a los turistas, sobre un malecón extraño.
           
No pretendo rendir un comentario negro de las gaviotas blancas, pues también son luminosas y nos hacen falta, como nos hacen falta los tábanos y los monos y todos los animalitos del Señor. En la ciudad nunca las vemos, lo único que vemos son los muertos hervidos sobre las banquetas, y hemos de limitarnos a soñar con ellas. Menos mal tenemos los zanates, sagaces protectores.
           
Por mi parte, puedo decir que renaceré en gaviota. Renaceré en gaviota recortada contra el cielo, renaceré en claridad de gaviota, gaviota que de vez en cuando queda atrapada en petróleo, lo sé, pero no importa, porque ellas las gaviotas son las hermanas infinitas, y yo quiero ser desde luego una de ellas. No me interesa convertirme en el pelícano gigante, que se parece un tanto al albatros aquel de Baudelaire, tan torpe, tan ridículo, prefiero renacer en gaviota menuda, sin fatiga, poesía entregada, símbolo sin fin, costilla del cielo.
           
En una noche deprimida, una de esas noches densas y sin ventanas, acuérdense de las gaviotas, y especialmente de esa gaviota erguida sobre un yelmo.


(Fotosíntesis publicada el 10 de febrero de 2017 en Contrapoder.)

La broma cósmica


Iba de joven, hasta que me volví como viejo.
           
No viejo viejo, pero sí lo suficiente. No es que mi cuerpo esté plenamente convertido en una ópera irascible de achaques, pero es bastante seguro decir que ese helado chiflón de la edad ha ingresado estratégicamente al fondo de mi alma y coyunturas, y que no se piensa mover de ahí.
           
Los achaques sí que los tengo, y de los residenciados además. Si no me pongo a levantar una lista es porque sería una lista muy grasosa, deprimente y temperamental. Y algo larga. Una gordita galaxia de malestares y glitches fisiológicos.

Pocos, hélas, comparados con los que ya vienen en camino.

En esta cultura, da pudor ser viejo. Es una cultura en donde la juventud y los jóvenes son en suma loados, absolutamente deificados. Una cultura, no sé cómo decirlo, jovencéntrica. En esta hegemonía de lo mozo –efébica, efebiza– los ancianos son más que nada vistos con asco.
           
Especulo que, en el futuro, los pubermongers llevarán a los ancianos a grandes hornos como los de Adolfo, y los gasearán, tiernamente, en nombre de lo tierno, en nombre de lo verde, en nombre de lo fresco. Hay que comprender que para entonces uno ya podrá sustituirse el hígado o el colon a gusto, a pura ingeniería genética, así que los ancianos serán algo así como anomalías irresponsables, cosas residuales, muy frustrantes.
           
Ahora bien, mientras la ciencia no consiga darnos el elixir de la eterna juventud, no queda otra cosa que apretarla.
           
El humor ayuda. Hay muchas guías disponibles para bien envejecer, pero para envejecer bien resulta que la mejor guía es reír. El llamado es a la risa, la sonrisa y conceptos afines. La risa deshabita los miedos. Desde la posición y sabiduría de la risa uno mira la piel desintegrarse, y es cómico. Es cómico, es épico, da risa. 
           
Ninguna cosa democratiza más que la vejez, la enfermedad o la muerte. Es una cosa muy internacional y muy pareja. Pero en cambio la risa hay que ganarla. No cualquiera aprende a reír. Y pobre de quien no lo haga. Es posible que yo sea uno de esos. Un amargado que terminará con un rostro análogo al de de Houellebecq.

Dios guarde.
           
Para no quedar así de feo se precisa reír alguito. Está probado que la risa tiene efectos antioxidantes. Y lo dicho por Maurice es que no dejas de reír porque te haces mayor: te haces mayor porque dejas de reír.
           
Es lo dicho por Maurice Chevalier, yo no digo esas mamadas. Pero sí recomiendo la risa. Y la recomienda implícitamente el señor de la foto (aunque en realidad puede que esté bostezando) enviada por César López Cacacho, aka Gonzalo Rivelles.
           
Si tu proceso de madurez ha sido exitoso, entonces, llegado a cierta edad, te das cuenta que todo es una broma, que todo es una gran broma cósmica diseñada por un Rey ausente.
           
Rían, malditos.


(Fotosíntesis publicada el 27 de diciembre de 2016 en Contrapoder.)

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