Me imagino que elegí esta
foto, de Cristian Raxón, porque me da chance de hablar del tráfico.
No sé si soy la mejor
persona para hablar del tráfico: no es un problema que me atañe demasiado. Es
decir: no me atañe como le atañe a esos seres que van deshominizándose día a
día, en el atascamiento de la tardenoche. Yo trabajo en casa, así que no sufro
los insultos y chantajes de la metrópolis. Rayado yo: mientras otros están en
el tráfico, yo solo escribo al respecto.
Sin estar en el tráfico, lo
observo desde la ventana. Veo los brazos musculados de vehículos detenidos,
entre hordas madrasianas de motos. Caminan apenas los carros, tozudos, y la avenida,
no sirve. Cada carro es un nódulo, una bujía de rabia y frustración. Los
conductores son contemporáneos de su propia inmovilidad, de su propia vida
desperdiciada. No falta el chabacano que saca una escuadra y empieza a disparar
para todos lados, bretonianamente. Nada exagero. Se ha visto. Tiene que ver con
ciertas peculiaridades caracteriológicas de algunos individuos brutolocales,
pero también tiene que ver con la ciudad y su entropía y su retracción y todo
lo demás. Puede que no todos lleguemos a tales extremos, pero en el tráfico
todos somos un poco de la misma laya. La ciudad nos esquina, nos convierte en
monstruos. No hay pomada para tanta impotencia.
¿Cómo se llama esta ciudad y
por qué nos odia? El alcalde la llamó la ciudad del futuro. Pero resulta que la
ciudad del futuro sigue siendo la ciudad cerril, la ciudad chafa de toda la
vida. Tampoco quiero echarle toda la culpa a las autoridades edilicias. Critiquen
a Arzú, por el amor de Dios háganlo. Pero si tienen cinco hijos y tres carros
en el garaje, por favor háganlo con alguna clase de pudor. Es un problema
cuando usamos al alcalde como chivo expiatorio total para nuestros problemas
urbanos. El problema de la basura, por ejemplo, siendo necesariamente suyo, es
de todos. Es nuestra basura, quiero decir. Incluso aunque fuera la más
eficiente del mundo, la Municipalidad no bastaría, no podría bastar, como
espacio productor de responsabilidad metropolitana. El problema es que el
criterio maniqueo apenas comprende que asumir la propia responsabilidad no es
equivalente a dejar de pedir cuentas y cambios. Por favor no me hablen como si
fuera un inocente. Inocente es pensar que la buena gestión dispensará a la
ciudad de tener límites. Para mientras, yo solo creo en la crítica que reduce
su consumo de plástico. La otra es plástica en sí misma. Desde luego, una
arista que no puede ser subestimada es la arista demográfica. Pero es una
arista intocable, porque inmediatamente los pluralistas beatos detectan una
forma de eugenesia social, o los carcas católicos lo acusan a uno de
maltusianismo histérico. Por mi parte, creo que sin una política demográfica
robusta, esta ciudad y este país van a hundirse irremisiblemente.
Van a hundirse en el
tráfico.
(Fotosíntesis publicada el
16 de diciembre de 2016 en Contrapoder.)
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