Tengan ustedes esta foto, esta foto vertical,
que me ha enviado mi contacto de Facebook Travis Pluma, el otro día, y he
querido sintetizarla porque de inmediato vinieron a mí imágenes de suicidas
volando desde el Golden Gate, se me vinieron imágenes de seres tragados por el
abismo y por la bruma.
En efecto, el Golden Gate es una llaga que
sangra suicidados.
¿Hay algo más lírico (lírico, onírico) que un
puente en la niebla, díganme ustedes? El Golden Gate está hecho de hierro pero
su hierro está hecho de sueño.
(En un puente paralelo Lorca escribe un poema.)
San Francisco. Golden Gate. Según alcanzo a
entender, Travis Pluma vive en los Estados Unidos, y de ahí pues es que nos
envía esta imagen–landmark propio de aquel país, y mismo que por estos días
vive anencefálicas elecciones.
Digno espectáculo, el puente. Digno rojo
espectáculo. No sabemos cuánto dura, cuánto se elonga, el armatoste, pues ya en
la foto se difumina, se pierde en el aire. Es más que sabido que en la neblina
tanto el tiempo como el espacio desaparecen…
Golden Gate, el colgante, con sus cables
fabulosos, supeditado por tanto metal estructural, y vemos que hay alguien ahí
viendo hacia abajo, quizá pensando en quitarse la vida, quizá pensando, lo
repito, en suicidarse, el muy, el tan infeliz.
Es un buen momento para recordar a los 1600
sujetos que decidieron declinar esta factoría de absurdidades que es la vida. A
los 1600 persuadidos que sintieron un llamado biológico de volar hacia el agua,
que ya no sintieron ilusión de comer cajitas felices, cuyos pixeles ya solo
forman miseria, a quienes ya se les acabaron todos los esteroides. Qué razón tuvieron
de utilizar este método, que es bastantísimo seguro, este preámbulo mortuorio
llamado Golden Gate. Bastante seguro porque la caída es de unos setenta y cinco
metros y el interesado alcanza los 121 kilómetros por hora, toda una
aceleración. El trámite dura exactamente cuatro segundos. No hay forma de no
morir.
Pues qué mueran. Que mueran y renazcan en forma
de puente, para que otros puedan suicidarse también, caer al mar plúmbeo (es
plúmbeo y lento, grande el mar). Ya sus huesos triturados serán rodeados por un
manto de frío –un fríomanto, una fríocracia– y pronto obtendrán la compañía de
otros camaradas blancos, cuyos largos cabellos ondulan, definitivamente libres,
en las aguas negras, bajo el puente rojo.
En fin. Mañana aparecerán nuestros suicidados
en algún tabloide. Ya no sabrán quién se llevó las elecciones. Eso sí que es
morirse a tiempo.
(Fotosíntesis publicada el 7 de octubre
de 2016 en Contrapoder.)
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