Foto:
Marcelo
Saenz
La foto escogida para esta edición de
Fotosíntesis es de Marcelo Saenz, a quien agradecemos su colaboración.
Es la imagen de una guitarra, como saliendo
de un fondo de misterio o oscuridad, ofreciéndonos su limpio mástil, su
reticulada elegancia, su madera y simetría, sus trastes metafísicos.
Escogí esta foto porque me da la
oportunidad de hablar de mi relación con la guitarra. La cual yo catalogaría
como una relación dulcemente fallida. ¿No será que soy escritor por ser músico
frustrado? Incluso fui parte de banda, en donde canté, carroñeramente, pues si para
algo estoy incapacitado en la vida es para cantar.
Tampoco soy brillante para la guitarra. Pero
en ciertas tardes me gusta recorrer su brazo macizo –de izquierda a derecha, de
derecha a izquierda– con pequeños solos improvisados o bien me pongo a hacer oleajes
de acordes. Nunca para nadie: hacer música ante una audiencia me paraliza. Pero
en soledad, a veces, salen algunas cositas interesantes.
Siempre fui un autodidacta. Salvo al
principio, cuando tomé durante unos meses lecciones con un maestro que me introdujo iniciáticamente
a guitarristas clásicos como Ritchie Blackmore o Jimmy Hendrix, el sacerdote
que hizo una pira de su guitarra. Esos guitarristas, mamuts arqueológicos,
siguen sin embargo radiando frescor y maestría. En verdad podemos estar
agradecidos porque el mundo nos ha dado a tantos grandes de la guitarra, en
técnica y espíritu. Y en verdad podemos estar agradecidos porque nos dará a tantos
más.
Ahora mismo, un adolescente está
comprando su primera guitarra, procede a afinarla, abre un tutorial en YouTube,
prueba pronto unos pedales, explora el poder de unos power chords, atiza su
pequeño amplificador…
Yo también fui uno de esos jóvenes
aprendices de guitarra. Recuerdo aquellas épocas cuando oía el majestuoso y
anfetamínico Steve Vai y leía Guitar World y empezaba a entender eso que dijo
Nietzsche que sin la música el mundo sería un error. Y podríamos agregar que
sin la guitarra sería un craso error. De la caja de resonancia de una guitarra
brotan ángeles desolados y demonios incandescentes. En sus cuerdas estiradas al
infinito se posan los pájaros de la alegría y la tristeza. La guitarra, sutil o
prostituta, virtuosa o lazarilla, ha sido la compañera constante del ser
humano.
Con una guitarra acústica (pues nunca
tuve el valor de meterme a tocar la eléctrica) fui aprendiendo y absorbiendo
algunos trucos y gimnasias del instrumento: licks, arpegios, slides,
hammerons, vibratos, bends, armónicos... Me intrigaba descubrir nuevos acordes…
Meterme a probar una escala… Hasta compuse, en ciertas tardes lacrimales, algunas rolitas
grasientas...
Y así hasta la fecha. Nunca he dejado de
darle a la guitarra, sin por ello pasar de un nivel completamente básico,
amateurial. ¡Si en el colegio yo hubiera tenido los recursos que hoy tienen los
chavitos, gracias al internet! ¡Cuántas lecciones y talleres disponibles en
línea, y gratis además…!
¿Qué todavía estoy a tiempo para aprender
estas cosas? La verdad es que a estas alturas ya no tengo el tiempo… y quizá ya
ni las ganas. Pero de todos modos sigo tocando un poquito; es algo así
como una necesidad. Ciertos días, simplemente extraño la sensación del
instrumento –su cuerpo curvo, demoniaco, pulcrísimo– sobre mí. Quienes han
tocado una guitarra, incluso torpemente, saben que es una sensación muy elevada.
Nunca le dedico mucho tiempo, pero a veces tocar diez minutos es suficiente,
para mí.
Como yo lo veo, la guitarra estimula en
mí una clase de inteligencia muy distinta a la verbal. Es como si pusiera a
funcionar en mi cerebro otra clase de estructura sináptica y me diera acceso a diferentes
planos lingüísticos. Sobre todo, tocar la guitarra me ofrece la oportunidad de
hacer algo creativo por mera diversión, sin sentir ninguna exigencia
profesional de ningún tipo, y sin tener que demostrarle nada a nadie. Ya
quisiera yo poder escribir con esa misma libertad.
(Fotosíntesis publicada el 9 de mayo de
2013 en ContraPoder.)
muy buen relato sobre la guitarra, igual yo soy un guitarrista frustrado y de tal forma quisiera ser un escritor, pero que buenas palabras para ver esa frustracion como tanta placides y hacer de ello una ventaja y no al revés. gracias. y felicitaciones a Marcelo, tengo la dicha de conocerlo, desde aqui felicitaciones march.
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