Iba de joven, hasta que me volví como
viejo.
No viejo viejo, pero sí lo suficiente. No
es que mi cuerpo esté plenamente convertido en una ópera irascible de achaques,
pero es bastante seguro decir que ese helado chiflón de la edad ha ingresado
estratégicamente al fondo de mi alma y coyunturas, y que no se piensa mover de
ahí.
Los achaques sí que los tengo, y de los residenciados
además. Si no me pongo a levantar una lista es porque sería una lista muy grasosa,
deprimente y temperamental. Y algo larga. Una gordita galaxia de malestares y glitches
fisiológicos.
Pocos, hélas, comparados con los que ya vienen
en camino.
En esta cultura, da pudor ser viejo. Es una
cultura en donde la juventud y los jóvenes son en suma loados, absolutamente deificados.
Una cultura, no sé cómo decirlo, jovencéntrica. En esta hegemonía de lo mozo –efébica,
efebiza– los ancianos son más que nada vistos con asco.
Especulo que, en el futuro, los
pubermongers llevarán a los ancianos a grandes hornos como los de Adolfo, y los
gasearán, tiernamente, en nombre de lo tierno, en nombre de lo verde, en nombre
de lo fresco. Hay que comprender que para entonces uno ya podrá sustituirse el
hígado o el colon a gusto, a pura ingeniería genética, así que los ancianos
serán algo así como anomalías irresponsables, cosas residuales, muy
frustrantes.
Ahora bien, mientras la ciencia no
consiga darnos el elixir de la eterna juventud, no queda otra cosa que apretarla.
El humor ayuda. Hay muchas guías
disponibles para bien envejecer, pero para envejecer bien resulta que la mejor
guía es reír. El llamado es a la risa, la sonrisa y conceptos afines. La risa
deshabita los miedos. Desde la posición y sabiduría de la risa uno mira la piel
desintegrarse, y es cómico. Es cómico, es épico, da risa.
Ninguna cosa democratiza más que la
vejez, la enfermedad o la muerte. Es una cosa muy internacional y muy pareja.
Pero en cambio la risa hay que ganarla. No cualquiera aprende a reír. Y pobre
de quien no lo haga. Es posible que yo sea uno de esos. Un amargado que
terminará con un rostro análogo al de de Houellebecq.
Dios guarde.
Para no quedar así de feo se precisa
reír alguito. Está probado que la risa tiene efectos antioxidantes. Y lo dicho
por Maurice es que no dejas de reír porque te haces mayor: te haces mayor
porque dejas de reír.
Es lo dicho por Maurice Chevalier, yo no
digo esas mamadas. Pero sí recomiendo la risa. Y la recomienda implícitamente el
señor de la foto (aunque en realidad puede que esté bostezando) enviada por
César López Cacacho, aka Gonzalo Rivelles.
Si tu proceso de madurez ha sido
exitoso, entonces, llegado a cierta edad, te das cuenta que todo es una broma,
que todo es una gran broma cósmica diseñada por un Rey ausente.
Rían, malditos.
(Fotosíntesis
publicada el 27 de diciembre de 2016 en Contrapoder.)
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