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El espejo y la ventana


La foto tiene un juego Meninas que da gusto.  
           
Por “juego Meninas” me refiero claro a la obra de Velázquez, en donde el propio pintor aparece, si recuerdan, en el cuadro pintado (Las Meninas es una obra posmoderna de 1651).
           
Aquí viene a ser María Bolaños la que aparece en su misma fotografía, cosa posible por el espejo, que la refleja a ella tomando la foto, así como el espacio que la contiene, que es una suerte de piso en construcción.
           
Es imposible para el espectador darle más atención a la fotógrafa reflejada en el espejo que a la ciudad varona que surge a un lado, a través de la ventana amplia. Están, psicológicamente, en un mismo plano, reclaman la misma atención. Tal es la genialidad de la foto: su ecuanimidad.
           
Y sin embargo, factualmente, no es que la imagen carezca de planos y categorías de espacio. Para empezar tiene dos profundidades evidentes: el horizonte urbano, con los volcanes allá, y un atardecer dorado; y luego la profundidad del piso, que se abre a otra ventana, atrás, ofreciendo un nuevo horizonte urbano, otra línea de volcanes.
           
Son tres ventanas en total, si contamos la pequeña en la parte inferior de la foto, y por donde alcanzamos a ver más ciudad, funcionando como cuadro–encuadre, dentro del muro. Surge, para más señas, como una interrupción dentro del concreto, para una nueva percepción urbana –de techos y láminas–.
           
Realmente, es abrumadora la cantidad de cuadros y rectángulos que posee esta foto. Si el espectador se tomara la molestia de contar cuántos cuadros y rectángulos hay en ella se toparía con una cantidad muy respetable (tanto los que están dentro del edificio, como los que están afuera). Es un cubismo natural y metropolitano.
           
Algunos rectángulos son horizontales y otros verticales y eso claro aporta mucho dinamismo a la fotografía. Los dos principales son por supuesto el espejo y la ventana. Por cierto, ¿no ocurre algo automáticamente mágico cuando se juntan un espejo y una ventana? Me parece que sí, porque pronto entendemos que un espejo es en cierto modo una ventana, y una ventana, en cierto modo, un espejo.
           
Está esa magia, pero agregaré otra. Y es la que se da a partir de la coloración de la foto, que oscila entre el dorado del atardecer y el gris del piso, con matices adicionales y ocasionales de ocres, rosas y oscuros marrones. La fotógrafa, por su lado, está vestida de blanco y negro, lo cual es fantástico.
           
Terminemos esta Fotosíntesis hablando, por cierto, de ella. He notado que es una fotógrafa real, una real fotógrafa. Lo he notado al ver las fotos que me ha enviado, claro. En su postura fotográfica se percibe, conjuntamente, la pasión artística como la serenidad del oficio.


(Fotosíntesis publicada el 29 de julio de 2016 en Contrapoder.)


             

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