Dulces sueños, se llama esta foto, que
nos ha enviado la guatemalteca–uruguaya Rosa María Arellano.
De Rosa María
Arellano –su nombre en facebook es otro– solo diremos que siendo psicóloga es
multipolar “porque bipolar no me alcanza” –en sus propias palabras.
En sus propias palabras describe la foto
así: “Un perrito durmiendo plácidamente en medio del caos y polución de todo
tipo en Panajachel. Podría jurar que sonríe y si fuera gato ronronearía”.
Si tan solo me fuera posible dormir como
duerme ese chucho, con sus 42 sosegados dientes, 4 narcóticas patas y 1 blanda cola.
Pasan los heladeros, los tuctuqueros, pasa el bestia del pueblo, pasa los
artesanos, pasan los linchadores, pasan el neojipi alemán enganchado en drogas
de diseño: pero el perro sigue inamovible. El nirvana de veras es ese chucho
ocre, ese sistema vivo y velludo sobre la calle. Quién fuera chucho.
En Pana es bastante corriente ver perros
callejeros, autogestionados, en completa libertad. No queda otra que socializar
con ellos, porque están por todos lados. Aprendí en Pana a convivir con los
perros, y se me quitó el miedo que les tenía, un miedo que nació el día en que un
Rottweiler me mordió salvajemente la cabeza, cuando tenía como siete años, dejándome
una apertura montaraz de veintisiete puntos. Mucha sangre, cómo no.
Pero como ya dije en Pana se me quitó el
miedo, o un poco del miedo, porque vi y sentí lo honorable de veras que es un
perro, vi la dulzura en sus ojos.
“Tout le chien est dans son regard”, ha
dicho Valery. “Todo el perro está en su mirada”.
Por supuesto, es completamente factible
que el perro que vemos en la foto, en lugar de estar durmiendo, esté muerto.
Hay que ver lo mal que tratan a los perros en Pana, a los Panaperros. Los
agarran a cinchazos, a machetazos, los atropellan, dejándolos hecho un nudo de
sangre y huesos rotos. Quisiera uno llevar morfina e inyectarles para quitarles
el dolor. O si estuvieran muertos, construirles un gran catafalco y ofrendarles
flores, cantidad. Uno piensa en el clásico hijueputa que atropella chuchos, en
ese imbécil que no pertenece ni muy siquiera a la Edad de Piedra, uno piensa en
su mierda corazón insensible, y uno entrecierra los ojos, y uno pierde la
ecuanimidad, y uno piensa en Cosas. Para qué voy a mentirles: a veces se me
sale un conde sádico del interior, que arquitectura planes que ni en Saló.
Entonces no todo es playa y sol para los
canes de la calle, estas pobres criaturas, que se la pasan mendigando siempre algo
de comer, en triste manada. En un poema escribí de los Panaperros: “Vienen de
la parte del pueblo / en donde los muertos / compran pan.”
Ser chucho de la calle tiene poesía,
pero también tiene infierno.
Esta columna es para los perros de Pana
y los perros en general.
Y para los pavos.
(Fotosíntesis publicada el 11 de diciembre
de 2015 en Contrapoder.)
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