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Raíces



Esta es una foto de Mónica Macal, de quien ya fotosintetizamos una foto de unos huesos, hace no sé cuántos meses.
           
Huesos, se llamaba la columna.
           
Ahora nos envía esta foto precisa de unas raíces. Anotemos que huesos y raíces tienen mucho en común. Es, en ambos casos, lo que está más adentro, lo que yace en el fondo propiamente de lo sustancial.
           
Es el embrollo texturado y matérico de la foto lo que nos ha gustado de la misma. Por no hablar de la forma en que es oscura y luminosa al mismo tiempo. Las raíces son aquí ya blancas: blancas en un fondo negro.
           
Estas raíces hay que verlas como conductos hacia lo húmedo y lo elemental, pasajes hacia la tierra–tumba y hacia la tierra–útero: eso donde todo se descompone y nace a la vez (el significado es obvio: así como tenemos que echar raíces en la vida, también tenemos que echar raíces en la muerte).
           
Con una foto como esta se pueden decir muchas cosas, porque las raíces conforman un poderoso, inagotable y bachelardiano símbolo, que representa la tierra, y por tanto la estabilidad. Cuando no tenemos raíces nos hundimos en el vacío (ay Cambray, cómo sangran tus raíces).
           
Las raíces asimismo representan la identidad, sea personal o colectiva. En términos de identidad, hay que sostener la importancia del ego. Mata tu ego, dicen unos ignorantes. Pero sin el ego es imposible trascender el ego. Para ir más allá del ego, se precisa, paradójicamente, de un ego sano, firme e integrado.
           
La tentación es irse por las ramas y huir hacia el espacio y a eso algunos le llaman despertar. Despertar, que en inglés se dice wake up. Es un “despertar hacia arriba”. Así pues, para muchos la práctica espiritual es un asunto ascensional.
           
El problema frecuente es eso: que muchos usan la espiritualidad como una forma de no tener contacto con las vicisitudes terrenales: una conveniente circunvalación, que traduce una actitud escapista, y que termina en nube rosa.  
           
Sin contar que cuando dejamos de atender nuestro cuerpo surgen toda clase de problemas. Pobres de aquellos que no tienen los pies bien puestos sobre la Madre Tierra, pues pronto se pierden en visiones desamarradas, sus aparatos energéticos sutiles se desordenan, vienen los problemas mentales.
           
Entonces hay que regresar al suelo, y allí afirmarse. La espiritualidad solo termina de realizarse en la manifestación concreta. Wake up, sí, pero también wake down. La iluminación se encuentra en lo profundo y celular del cuerpo y en la noche vasta de lo material.  

En el Chi Kung (esa espiritualidad tan terráquea) hay una práctica de descenso que consiste en anclar y extender nuestras energías mismas hacia las honduras de la tierra. Esas raíces largas, poderosas, extraen los elementos que necesitamos para que estemos nutridos, edificados, inamovibles.


(Fotosíntesis publicada el 27 de noviembre de 2015 en Contrapoder.)

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