“Se puede decir que tanto el músico como yo /
hemos fracasado bastante, /y por eso más que nada es que nos entendemos.”
El anterior es
un grupo de versos que saqué del poema “Los músicos”, perteneciente a mi libro Para no existe.
Es de anotar
que he tenido una relación bastante longeva, casi fractal, con los músicos, con
sus talentos, sus monsergas, sus pintas, sus estilos de vida, sus musiquismos.
¿Pero por qué
he sacado aquí el tema de los músicos? Bueno, es que el compadre Luis de León
(con ese nombre suyo de poeta español, casi de poeta chapín) me ha enviado una
foto de unos músicos tocando, para la Fotosíntesis.
Y a mí he ha
gustado esa foto suya con una foto dentro, de una mujer (¿o es hombre?) que
bien podría ser alguien de los desiertos del África, o a lo mejor una simple pluritoxicómana.
En cualquier caso, en primer plano está ese retrato, y más allá unos músicos de
bluegrass, catetos y quizá talentosos. Digo catetos, pero quién lo sabe: ya uno
no sabe si alguien es redneck, o simple hipster.
Son músicos
ellos, y el retrato es música.
Luis me
explica que esta foto la tomó previó a dar un toque, con su banda. Es que Luis,
aparte de ser periodista, toca en un grupo llamada Appalitin (harmónica – güiro
– timbales – percusión) y con la misma seguramente se tira parrandas auditivas e
instrumentales de valía, en la rúbrica latin folk. Es una banda constituida por
migrantes de distintas procedencias continentales, empezando por el mismo Luis,
que es mexican–chapín. Con Luis trabajamos en El Periódico, y más tarde él se
fue para Kentucky, en donde vive con su bella familia.
La foto que me
ha enviado me da chance de hablar de los músicos. Es que siempre he vivido
rodeado de ellos, guardado relación con estas fascinantes neurocriaturas. Así
desde el colegio, y más tarde fui cuate de cuates que tocaban en bandas, lo
cual supuso estar presente en interminables ensayos. Muchas de estas bandas se
volvieron famosas (y medio cacatúas). Creo que esa era una cosa de mi
generación (quizá de todas las generaciones): los escritores y los músicos
siempre estábamos más o menos juntos (con algunos de esos músicos compartí
drogas duras, madrugadas lenguaraces y el éxtasis y satori de la bohemia calcinada
y radical). Por demás, trabajando en la sección cultural, entrevisté a
innumerables grupos y artistas del sonido. Luego me casé con una música,
faltaba más. Y eso explica por qué hasta la fecha sigo cargando cachivaches,
amps, instrumentos. La mística de roadie me persigue.
Quizá me gusta
ayudar y consentir a los músicos, porque sé que detrás de su oficio anímico y
aparentemente glamuroso se los lleva realmente la gran diabla. Los músicos
siempre estarán en mi vida, ad aeternum, y siempre que toquen, los estaremos
apoyando. Cuando los músicos hacen lo suyo, nos sentimos bien, y mejora nuestro
conteo de glóbulos blancos.
(Fotosíntesis
publicada el 16 de octubre de 2015 en Contrapoder.)
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