Lecturas del narco Ponce


Fotos:
MP

Correo de Marta, editora cultural en Contrapoder, diciendo:

“Querido Maurice, conversábamos aquí en la redacción que quizá quedaría bien una Fotosíntesis de los libros de Mario Ponce. El MP tomó las fotos cuando hicieron un allanamiento de la casa, creo que hay mucho que decir sobre sus lecturas ¿verdad? Contáme si te atrae la idea. Un abrazo.”
           
Me atrae la idea.  
           
Uno se pregunta qué lee alguien con la condición de narcotraficante, si lee algo, cuál es esa narcobibliografía esencial que consulta, al llegar a casa, después de una ruda narcojornada laboral.

Lo más cercano a un narcocorrido que escribiré jamás.


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Añado aquí que el narco Ponce es Mario Ponce, constituido en su momento como capo regional de la droga. Su encanto consistía en recibir la coca de Colombia, y subirla para su empleador, el Cartel del Golfo, o sea el Chapo Guzmán. No era un bacilo exactamente, un gato.

Pero ni era intocable ni era de aire. Ser narco es ser acribillado pasionalmente, o bien alternativamente capturado por algún gobierno. A Ponce lo agarraron en 2011, un primero de mayo, en Honduras. Pueden ustedes representárselo enchachado y ya rodeado de los consabidos policías de negro, como dicta la costumbre.

Luego se lo llevaron a los Estados Unidos; en Miami lo declararon culpable. Que había movido entre 500 y 2000 kilogramos de cocaína, se dijo, cifra galana, y con lo que a uno le gusta la cocaína. A saber a cuántos adictos les aflojó las mucosidades nasales esa mercadería. Fue condenado a 25 años de prisión, con una multa además de 8.8 millones de dólares. Estamos en agosto de 2012.
        
Después fue, y así tenía que ser, el embargo: eran, las suyas, propiedades casi inconcebiblemente vastas, nada pishmicas. En cuenta la finca El Triunfo, el sitio en que fundó su fantasía de potentado, con su típica narcovilla de mal gusto, bajo el intensivo, el hermoso sol de Izabal. Dotada de mal gusto, claro, anormalmente lujosa. Finca que ustedes puede visitar en google images, y entonces comprobarán, por si algo les interesa, entre el pasmo y indignación, qué de lujos, qué apetito, qué exaltación inversional, proviene del santo polvo. En las fotos solo hacen falta los mastines o los doberman paseando en los jardines, vamos, y con eso ya tenemos la lica entera.  
        
¿Qué más decir de Ponce, aparte de que le decomisaron sus cositas y casitas, su porcina fortuna? Que de un tiempo para acá las autoridades han estado persiguiendo a sus familiares, por ser ellos parte de su misma estructura criminal, y a veces las autoridades lo han conseguido, y otras no han tenido el menor éxito.

Como cuando una turba de pobladores, armados con machetes, impidieron que se llevaran al hermano, Ranferí Ponce. Los quince policías asignados no pudieron rivalizar con esa masa de simpatizantes, vamos a decir que seguramente muy bien pagados. No, no pudieron rivalizar, y añade aquí mi imaginación literaria, lo puedo ver con mi tercer ojo, que esos policías sintieron una fuerte contracción bioquímica proveniente de su sistema límbico o, para decirlo sin cortesías, que estaban cagados, pues.

¿Ven la escena, la intuyen?


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Y ahora nuestro asunto: la biblioteca de Ponce. No es bastante extraño que sea al final de cuentas una biblioteca raquítica, despreciable. Se ve que quien la montó se las vio a cuadritos para llenar los anaqueles, mayormente por falta de material.

Uno es de los que piensa que los narcos mexicanos tienen mejores, menos aburridas bibliotecas, con libros forrados de cuero y todo el rollo, y hasta puestos en salones aclimatados y con deshumidificadores. O es que a lo mejor esta imagen casi pontificia del narco mexicano proviene de películas tipo The Counselor, de Ridley Scott, en donde Rubén Blades hace de el Jefe. Nuestro narco, Ponce, poco tendrá que ver con El Jefe, que en el algún momento del filme se larga un monótono zen de gran sabiduría.  
           
Pues no, los libros del narco Ponce carecen de pompa y aparato. Y digo libros del narco Ponce por decir algo, deberíamos de darnos cuenta que a lo mejor no todas estas lecturas son del narco Ponce; a lo mejor pertenecen a su esposa, o alguien afín. Da igual, en realidad.
           
Como sea, los libros de Ponce han sido puestos en una estantería de madera maciza, y son sujetados con sujetalibros tales como: un elefante, un vaso–florero, un reloj kitsh con delfines, un busto de caballo.  
           
Se ve que hay un cierto protoorden en la biblioteca de este cacique venido a menos, un protoorden básico, pero detectable.
           
Lo primero que salta a la vista es que sí, que hay varios libros religiosos, de inspiración cristiana para más señas. Libros de Joyce Meyer, tengan ustedes por caso. O libros tales como Cuando lo que Dios hace no tiene sentido (2 ejemplares), de James Dobson, un libro de plano para desnortados y que no me veo leyendo pronto, y que Ponce estará extrañando en su confinamiento. A veces Dios le quita las propiedades a uno, y lo mete a uno a la cárcel por veinticinco años, y no exactamente a la cárcel de El Boquerón, de donde a todas luces sería más fácil fugarse.


Hay aquí al menos ocho versiones de la Biblia, en cuenta la Edición Pastoral, cuyas hojas sirven mucho cuando uno ya no tiene papos para forjar el puro. Admitamos que Ponce era, teóricamente, un cristiano. No podemos así demostrarlo o inferirlo solo con ver estas fotos. Pero juguemos con la idea.  

Como yo lo veo, hay tres clases de criminales cristianos: aquel que ve en el cristianismo una cualidad mágica y agorera que le apoya en su cruzada delictiva; luego aquel que no es de hecho un cristiano, pero le interesa guardar las apariencias cristo–religiosas; y por último aquel que genuinamente es cristiano, el genuino narcocristiano. Aquel que, aún dentro de su estilo de vida carnicero y demencial, termina poniéndose al cuidado del Crucificado, y tiene ideas propias del bien y del mal. Ideas propias, pero la tiene. Y que incluso llega a fantasear con la idea de limpiar y legitimar sus negocios, en plan El Padrino.


Fíjese usted que otra clase de libros encontrados en la librera de Ponce son esos que han sido escritos para traer poder y prosperidad a nuestras vidas. Ya saben, la clase de libros que leen los clásicos perdedores del departamento de marketing. Obras edificantes como Las leyes del éxito de Napoleon Hill (en dos ediciones), Las 48 leyes del poder de Robert Green, Las 21 leyes irrefutables del liderazgo, de John C. Maxwell. Todo tiene que ver con leyes, como se aprecia. Con lo cual inferimos que el narco Ponce es un narco muy  dado a explorar las leyes, muy legal. Y qué bien.  


¿Tendremos la suerte alguna vez de que Mario Ponce escriba un libro canónico llamado Las 12 leyes del narcopoder?
           
Sugiero que sigamos. Hemos encontrado obras de espiritualidad alternativa y también de motivación. Libros como Los cuatro acuerdos, de Miguel Ruiz, o La guía de la grandeza, de Robin S. Sharma.
           
Un ejemplo hallado de libro decorativo, o coffee table book, es Casa Guatemalteca, de Villegas Editores. Tenía el criminal tres ejemplares. Ese libro alguna vez estuvo en la casa de cada riquillo guatemalteco o con pretensiones de serlo. Luego su presencia fue degradándose hasta caer en casas de estafadores y de narcos como el que nos ocupa. Se ve que el narco Ponce quiso emular, con escaso éxito, las casas de los ricos guatemaltecos.


Perdonen que lo diga, pero este libro es un libro perfectamente mentiroso, pues las casas guatemaltecas promedio, de tono miserable, difícilmente se parecen a las situables en la obra citada. Alguna vez escribí de este libro: “Desconfío bastante de esta clase de publicaciones, en donde el efecto sublimatorio es llevado a la n potencia. En especial, los libros decorativos que retratan a Guatemala como una especie de jardín de las delicias y no como el angustiante y deforestado proscenio de blocks a medio terminar que en realidad ya es.”
           
También encontramos libros de cocina. Y es que a lo mejor le gustaba cocinar a la mujer del narco Ponce, que por cierto tenía en su haber y a su nombre varias de las propiedades del bandido. Es mi deber consignar que había en esa estantería  un libro de comida vegetariana. No se espera de un narco de oriente ninguna clase de cultura vegetariana. Esto podemos catalogarlo como una disonancia cognitiva, o simplemente como un misterio.
           
Casi no hay literatura literatura, como era de esperarse. El único libro literario a la vista es El Conde de Montecristo, cuya trama tiene que ver con eso del encarcelamiento, lo cual no nos parece gratuito. Alguna vez acaso me daré la autorización de escribir un  libro que se llame: El Narco de El Triunfo.
           
Hay un diccionario. Diccionario Español–Inglés English–Spanish con CD–ROM y acceso on line de Oceano. Tres tomos, o el mismo tomo repetido tres veces. Supongo que Ponce lo compró preparándose para el día fatídico, inevitable, de la extradicción.


Y así terminamos esta pequeña reseña de una biblioteca de un narco local.

Amigo bibliófilo, ¿le gustaría usted que el Juzgado de Extinción de Dominio le confiscase sus libros?


(Fotosíntesis publicada el 2 de enero de 2015 en Contrapoder.) 

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