Foto:
Alejandro
Anzueto
En contraposición al monolítico, gerontocrático
sol, la luna siempre consigue renovarse. La luna con sus hermosas vulvas y anos
geológicos (¿lunológicos?), complaciendo el voyeurismo de los diez mil telescopios. La luna
caliza en la noche profunda, a veces gélida, con sus estalactitas de depresión,
pero luego tan caliente, proyectando invisibles
flamas sexuales.
Hay procesos y corrientes cósmicas que
nos exceden y pulsionan. Es preciso tener un poco de respeto ante estas corrientes.
Por ejemplo, si algo aprendí en mi época taumatúrgica (porque, en efecto, tuve
una época taumatúrgica) es a tomar en cuenta el ciclo lunar a la hora de realizar
cualquier ceremonia mágica.
En términos generales, mi relación con
la luna es muy aguda, y muy sagrada. Al principio no creía yo en ninguna de estas
cosas, pero luego empecé a notar las correspondencias entre la luna y mi estado
de ánimo. Son correspondencias muy constatables, verán.
Por ejemplo, cuando hay luna llena, los
efectos en mí no bajan de ser inquietantes: paranoia, insomnia, inepcia, libido
bestial. Es como estuviera habitado por una energía preñada, una química
cegadora. Es una energía muy intensa.
Así pues, tengo mucho respeto por la
luna, su calendario subterráneo, su órbita bruja y menstruante.
Y no solo yo.
En las noches de luna llena, la locura
pone inquietos a ciervos, mareas, violadores, embarazadas y suicidas. Algunos
rezan al Santo de su predilección; pero no sirve de nada: son lunáticos.
Hombres y hembras en todas las culturas y
épocas han hecho rituales para protegerse del poderoso satélite, o para buscar
su protección. La luna siempre ha sido una presencia reverenciada: en los
viejos contextos paganos, durante la antigüedad temperamental, en el judaísmo
protocolario, en el cristianismo esotérico, estuvo presente en las
fantasmagorías de los románticos decimonónicos, fue un símbolo de los idealistas
de la era espacial, y ahora es adorada por los neopaganos pero sobre todo por los
acolmillados neoliberales del espacio (estos últimos desean apropiarse del
universo, privatizarlo, explotarlo y convertirlo en un inconmesurable basurero).
Alejandro Anzueto, biólogo, fotógrafo, alto
mamífero cuyo hábitat son las redes sociales, es el fotógrafo que me ha enviado
esta imagen. Él ha venido fotografiando la luna desde hace años. Su relación
con ella acaso no sea inocente y mágica como la mía (después de todo es un
biólogo, un hijo del positivismo, pues) pero en cambio es muy estética y
seguramente igual de asombrada.
Aquí encuentran su portafolio: http://portafolio-aaav.tumblr.com.
Y aquí algunas de sus fotos: http://aaav_img_.vsco.co.
(Fotosíntesis publicada el 4 de abril de
2014, en ContraPoder.)
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