Ahora es
Mariana Lara quien nos envía la foto. Y la foto es de una estatua, representando
a uno de esos practicantes/mendicantes/caminantes del zen, que fueron a hallar
la iluminación en el sendero nómada, en el mundo vivo, en la plaza abierta. El
cuate lleva un bastón de bambú en su mano (con todo lo que el concepto del
bastón representa en el zen) y un rosario/mala en la otra. Este peregrino
budista lo encontraremos en la entrada de un templo de Nagasaki.
Muchos en un
momento hemos sido magnetizados por el zen. Magnetizados por su historia, desde
su fundación por Boddhidharma en la China, en donde se cocinó una forma de
budismo muy particular llamada chan.
El chan migró
a otros países como Corea y Vietnam, y lo hizo también al Japón, dando ahí una
síntesis extremadamente fina y poderosa.
Si de lo que
se trata es de celebrar el chan/zen tenemos que hablar de su filosofía de no
filosofía, con énfasis en lo directo y lo no conceptual. De sus misterios koan.
De su avanzar sin meta. De su montaña–nomontaña–montañadenuevo. De sus maestros
locos y pranksters que llevan la iluminación a sus alumnos por medios
extravagantes. De su rigurosa disciplina, que es disciplinada delicadeza. De la
magnificencia de sus prácticas. De sus profundos rituales de atención plena,
como la ceremonia del té. De su estética minimalista y blanco/negro. De su refinada
cultura, que incluye la arquería, la jardinería, la arquitectura, la
caligrafía, la poesía.
Mi primer
contacto con el budismo fue vía zen. En la casa de mis padres habían ciertos
libros vinculados al tema (uno de ellos: los escritos escogidos de D. T.
Suzuki). Al punto que, cuando me interesé seriamente en el budismo, lo que yo
quería practicar era estrictamente zazen. Pasa que en Guatemala no había ningún
lugar donde practicarlo, y terminé asociándome al budismo tibetano, cosa que
por demás hoy aprecio enormemente. Por supuesto, el budismo tibetano es muy
distinto al budismo zen, en método y forma. El budismo tibetano, se diría, es
muy cromático y expansivo, mientras que el budismo zen es muy sobrio y contenido.
Ambos son sublimes.
Es sabido que
el budismo zen recibió mucha acogida en el occidente del siglo pasado, por
ejemplo en los Estados Unidos, en donde ya en los sesenta era un punto habitual
de referencia en el mainstream cultural. Toda clase de figuras –desde Kerouac a
Merton a Fromm– se interesaron por el zen. Por cierto que recientemente murió
un practicante zen famoso, Leonard Cohen, que incluso fue monje rinzai.
Esa transición
del zen a otras partes del mundo ha sido y es importante, porque lo mantiene
vivo. Hace un tiempo escuché una entrevista con James Zito, quien produjo y
dirigió el documental de 2010 Inquiry
Into the Great Matter: A History of Zen Buddhism (algo así como Indagación en el Gran Asunto: Una Historia del Budismo Zen). En esa
entrevista él hablaba de la situación desmoralizante del zen en el Japón, en
donde no hay más de mil monjes activos. Y muchos de ellos ya solamente dedicándose
a ritos funerarios. Con un zen tan reducido y exotérico, los linajes despiertos
están apagándose.
Uno se
pregunta: ¿cómo va a sobrevivir la sobriedad sagrada y precisa y severa del zen
en ese Japón posmoderno de hoy, que no es heroico y galante, sino paranoico y mutante?
La foto que
nos cedió Mariana Lara lleva por título The
Headless Pilgrim. O en español: El Peregrino sin Cabeza. La cabeza a lo
mejor está ahí, pero el efecto de la sombra hace que no la veamos. Como sea,
eso de no tener cabeza es tremendamente zen. Bienvenidos a la no–mente.
(Fotosíntesis publicada el 2 de diciembre
de 2016 en Contrapoder.)
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