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Juguemos a dormir


Yo soy un man que no sabe mucho de fotografía, pero me parece que he visto en esas fotografías de Ximena Díaz algo muy entero, muy comprometido, artísticamente hablando.
           
La presente foto –la que terminé eligiendo entre las múltiples que me ha enviado– me llamó la atención porque tiene eso de cuadro hiperrealista. Pero, claro, no es un cuadro hiperrealista. Es una foto. Y siento que es una gran foto, con un aire resoluto y clásico.
           
Un cuarto, una cama, un cuerpo. Es decir dos cuerpos. Es decir tres cuerpos. Tres cuerpos desnudos: la madre, la hija y el chucho.
           
Por la ventana alcanzamos a ver la calle sospechada –nos separa de ella un velo– y una casa y unos cables. Empezamos a sentir una brisa casi imperceptible entrar hacia la cálida habitación.
           
De esa habitación nos llaman la atención varias cosas. Desde el punto en donde interseccionan las aristas del cuarto, arriba, hasta las sábanas deshechas, no insistidas, de un profundo azul, que contrastan con la claridad general y a ratos pastel de la habitación y con la luminosidad solar que se reticula en el muro.
           
Pero sobre todo nos interesa la mujer y su cuerpo desvestido, que no termina de caer en el erotismo. La hija tiene de su lado una desnudez como de ángel cortesano y rococó. Es todo suficientemente inocente. Madre e hija viven ese momento de la filialidad en donde el candor es todavía factible y no necesariamente psicoterapéutico.
           
Así pues, todos desnudos: la mujer, la hija, el chucho, que parece un ewok a escala. El perro con sus ojos negros y abiertos, desde esa serenidad zen que tienen a veces los animales domésticos.
           
Los personajes de la foto parecen flotar, en su descanso, en una suerte de beatitud afirmativa y solar, que mana como el néctar de un pezón. La fotógrafa nos ha invitado a entrar a este lugar de dicha, a este cuarto simple que condensa tanto gozo, tanta tranquilidad dominical.
           
Si la foto fue tomada espontáneamente o fue en alguna medida diseñada, lo ignoro. Pero tiene como sea una naturalidad apreciable.
           
Salvo por un detalle terso, que traiciona la condición reposada de la escena: la hija no duerme: finge que duerme. Podemos notar en su rostro esa simulación ansiosa y contenida que caracteriza a veces los niños, cuando pretenden que dormitan. Invento, imagino ahora mismo, que la madre quería descansar, y le ha dicho a la niña: juguemos a dormir.
           
Por supuesto, esto no puedo saberlo, porque no se lo he preguntado a la fotógrafa Ximena Díaz.
           
A veces lo prefiero así… A veces especulo...


(Fotosíntesis publicada el 6 de mayo de 2016 en Contrapoder.)

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