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El asesino de los globos


La foto presente es de Luis Arturo Molina. Forma parte de una serie que él ha llamado El Tesoro del Vagabundo.
           
En su website (cargocollective.com/luisarturomolina) nos dice, nos ofrece, nos explica: “El Tesoro del Vagabundo es una serie de relatos cuyo inicio, nudo y desenlace son responsabilidad y obligación de quien observa.”
           
Con eso en mente, me puse a imaginar a un asesino serial, a un multiplicador de asesinatos y de crímenes, que va dejando cadáveres por pueblos y ciudades, y tiene un modus operandi muy particular: a cada víctima suya le amarra siempre unos globos, por ejemplo al pie derecho.
           
Es el asesino de los globos.
           
¿Cómo se explica este extraño protocolo? ¿Qué evento de su infancia lo llevó a tan consignado fetichismo?
           
Resulta que su padre lo llevaba, cuando niño, al Parque Central. Pero más que llevar a su hijo al Parque Central, en realidad la intención del padre era siempre juntarse con una de sus tantísimas amantes, con quien luego tendría alguna pequeña configuración erótica. Y para que el niño se mantuviera discreto, le compraba siempre un globo. La madre es cierto que nunca se enteraba de nada.
           
Luego el niño creció, se convirtió en hombre, y el hombre se convirtió en asesino. Un asesino de prostitutas, podemos agregar, remitiéndonos al canon. A cuyos efectos se desplaza constantemente a todos los departamentos de la República, buscando rameras de labios gordos, greñudas e inocentes rameras que va dejando evisceradas en cuartos siluetados por la madrugada, frente a espejos tristes. Luego hay que verlo inflar él mismo los globos, metódicamente, y después amarrarlos, ya en grupo, al pie sutil de la prostituta, envuelto en la santidad de la sangre. 
           
Tal vez, mientras lo hace, mientras va inflando esos globos sin prisa, recuerda la noche cuando su madre cayó en cuenta que su marido la estaba engañando. Esa noche, ella lo esperó pacientemente y lo recibió finalmente con un martillo, lo cual, a la luz de la memoria, fue bastante contundente, y le causara al viejo una fisura en el cráneo, que sin embargo no lo mató, solo lo dejó inconsciente. Seguidamente la mujer lo amarró milimétricamente a la cama, esperó que despertara y solo entonces le cortó el pie derecho con una fina sierra injusta y afiebrada, para horror de su progenitor amordazado, que estaba viéndolo todo.
           
En cuanto a él mismo –el asesino de globos, apenas un crío entonces– pues también lo estaba viendo todo, detrás de la cómoda, y no dijo nada, y no hizo ninguna cosa, y quizá sonreía, y acaso en ese momento hizo un contrato con su propia locura. Y ahora el niño es hombre y el hombre asesino, y el asesino infla, sigue inflando, los globos anhelantes en un cuartucho engullido por el silencio azulante, ante una mujer de sangre espesa y milenaria.  
           
No vale la pena decir mucho más, salvo que a veces el asesino vuelve al Parque Central, y se pasea tranquilamente entre los niños y entre los padres de los niños. Algunos terceros lo miran pasar, pero no pueden adivinar que allí, tan compuesto, va el asesino de los globos.


(Fotosíntesis publicada el 12 de junio de 2015 en Contrapoder.)  

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