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Piecito


Henning Gregorio Sac Morales me compartió unas fotos suyas. Fotos de esos pobres indígenas mecapaleros que siempre andan bien jodidos cargando unos grandes tanates. Al parecer Henning Sac tiene una onda con eso de los indígenas mecapaleros, porque es un tema que vuelve en su portafolio fotográfico.
           
Y sí, sus fotos de los indígenas mecapaleros me han gustado bastante, pero hoy tengo ganas de fotosintetizar otra cosa. Así que me pongo a inspeccionar su Flickr, a ver qué encuentro.
           
Muchas imágenes estimulantes y maestras (muchas del entorno xelense). ¿No es espléndida esa foto del Lux, por ejemplo? Si al final decido no agarrarla es porque ya he publicado suficiente fotografía urbana en este espacio. Luego me llama la atención la imagen de un ojo humano, en superacercamiento, con un reflejo fantástico en el iris.
           
Al final me decido por la foto de un piecito de un bebé. ¿Por qué? Quizá porque estamos rodeado de tanta basura (política, ambiental) que siento la necesidad de mostrar un poco de inocencia en este espacio.
           
Hay cosas puras en este mundo: el orden cabalístico de un boticario, una perdiz en el aire, el pie de un bebé en la cal del instante.
           
Por medio de un acercamiento brutal, pero infinitamente sutil, Henning Sac nos rinde la extremidad de un recién nacido, captando sus suaves e inéditos detalles epidérmicos. Blancura, frescura, verdor: todo eso que ya nosotros perdimos.
           
Por supuesto, con el discurso de la pureza es de tener cuidado. Se corre el riesgo de entrar en la cursilería, en la mojigatería, o en el fascismo. El fascismo, que siempre desconfía de la mezcla y aborrece del caos danzante de la imaginación.     
           
Para contravenir el cuento de las falsas virtudes intocables así como las beatificaciones de los castos y los casticistas, hace falta, como yo lo veo, un poco de suciedad, de promiscuidad, de mestizaje.
           
Y de honestidad. No me interesa adjudicarle a un bebé quién sabe qué propiedades angelicales. Si usted quiere seguir creyendo que un bebé es un ángel pues límpiele la caca, ya verá. Un bebé no es un ser realizado; no hay que confundir su candor con un estado superior especial trans–egoico. Lo cierto es que todo lo nacido es ya carne del oscuro deseo, del narcisismo crónico y la corrupción condicionada. Y, como se dice, un recién nacido ya es suficientemente anciano para morir. Es un prólogo que es un epílogo.
           
Como ven, no soy de los que considera que el nacimiento de un ser humano es bueno a priori. Tengo muchos conocidos que en este momento están produciendo bebés, pero yo con eso de tener bebés soy menos impulsivo, hasta el punto de no querer tenerlos. No puedo poner las manos al fuego por mi material genético, y estoy seguro que no tengo lo que se requiere para ser un gran padre. 

Mi filosofía es que si vas a traer un ser humano al mundo, aseguráte que sea por lo menos dos veces mejor que vos, que no termine siendo una persona plana, inconsecuente y mediocre. Y si no estás a la altura del reto, no te metás a ese rollo de la procreación, porque es un asunto muy sagrado, muy serio y muy pesado. 

Pero ocurre que muchos padres, en lugar de contribuir a hacer seres mejores que ellos, de hecho los abandonan o los corrompen. Y así es como vamos poblando este mundo de peligrosos disfuncionales. Piensan que sus hijos les van a salir de buena calidad, pero por supuesto se equivocan. Les van a salir bien chimados de la cabeza.


(Fotosíntesis publicada el 27 de marzo de 2015 en Contrapoder.)

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